A veces nos preguntamos: ¿por qué este Reino se instaura tan lentamente? Jesús ama hablar de su victoria con el lenguaje de las parábolas. Por ejemplo, dice que el Reino de Dios se asemeja a un campo donde el trigo bueno y la cizaña crecen juntos: el peor error sería querer intervenir inmediatamente extirpando del mundo las que nos parecen malas hierbas. Dios no es como nosotros, Dios tiene paciencia. El Reino de Dios no se instaura en el mundo con la violencia: su estilo de propagación es la mansedumbre (cf. Mt 13, 24-30).
El Reino de Dios es ciertamente una gran fuerza, la más grande que existe, pero no de acuerdo con los criterios del mundo. Por eso nunca parece tener mayoría absoluta. Es como la levadura que se amasa en la harina: aparentemente desaparece, pero es precisamente la que fermenta la masa (cf. Mt 13, 33). O es como un grano de mostaza, tan pequeño, casi invisible, pero lleva dentro la fuerza explosiva de la naturaleza, y una vez que crece, se convierte en el más grande de todos los árboles del jardín (cf. Mt 13, 31-32).
En este "destino" del Reino de Dios podemos intuir la trama de la vida de Jesús: él también era un signo débil para sus contemporáneos, un evento casi desconocido para los historiadores oficiales de la época. El mismo se definió como un "grano de trigo" que muere en la tierra, pero solo de esta manera puede dar "mucho fruto" (cf. Jn 12,24).
El símbolo de la semilla es elocuente: un día el campesino la hunde en la tierra (un gesto que parece un entierro), y luego, "duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él mismo sepa cómo "(Mc 4:27). Una semilla que brota es más obra de Dios que del hombre que la ha sembrado (cf. Mc 4, 27). Dios siempre nos precede, Dios siempre nos sorprende. Gracias a él después de la noche del Viernes Santo, hay un alba de Resurrección capaz de iluminar de esperanza al mundo entero.