Debemos ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es el que lleva a ser de Cristo y no del mundo.
Vale la pena recordar el camino de San Pablo: cuando se creía un hombre justo, era de hecho un perseguidor, pero cuando descubrió que era un perseguidor, se convirtió en un hombre de amor, que afrontaba con alegría los sufrimientos de las persecuciones que sufría (cf. Col 1,24).
La exclusión y la persecución, si Dios nos concede la gracia, nos asemejan a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación de la vidanueva.
Esta vida es la misma que la de Cristo, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue "despreciado y rechazado por los hombres" (cf. Is 53,3; Hch 8,30-35).