A la pila bautismal nunca se va solos sino acompañados por la oración de toda la Iglesia, como lo recuerda la letanía de los santos que precede a la oración de exorcismo y a la unción pre-bautismal con el óleo de los catecúmenos. Son gestos que, desde la antigüedad, aseguran a los que se preparan a renacer como hijos de Dios que la oración de la Iglesia los asiste en la lucha contra el mal, los acompaña por el camino del bien, los ayuda a escapar del poder del pecado para pasar al reino de la gracia divina. La oración de la Iglesia. La Iglesia reza y reza por todos, por todos nosotros. Nosotros, Iglesia, rezamos por los demás. Es bonito rezar por los demás. Cuantas veces no necesitamos nada con urgencia y no rezamos. Nosotros tenemos que rezar unidos a la Iglesia por los demás. "Señor, te pido por los que están necesitados, por los que no tienen fe".. . No os olvidéis: la oración de la Iglesia está siempre en acto. Pero nosotros tenemos que incorporarnos a esta oración y rezar por todo el pueblo de Dios y por los que necesitan oraciones. Por eso, el camino de los catecúmenos adultos está jalonado por los repetidos exorcismos pronunciados por el sacerdote (cf. CIC, 1237), o sea por oraciones que invocan la liberación de todo lo que separa de Cristo e impide la unión profunda con Él. También para los niños se pide a Dios que los libre del pecado original y los consagre como morada del Espíritu Santo (ver Rito del bautismo de los niños, n. ° 56). Los niños. Rezar por los niños, por la salud espiritual y corporal. Es una forma de proteger a los niños con la oración. Como atestiguan los Evangelios, Jesús mismo combatió y expulsó a los demonios para manifestar la venida del Reino de Dios (cf. Mt 12,28): su victoria sobre el poder del maligno deja espacio libre al señorío de Dios que alegra y reconcilia con la vida.
El bautismo no es una fórmula mágica, sino un don del Espíritu Santo que habilita a los que lo reciben a "luchar contra el espíritu del mal", creyendo que "Dios ha enviado a su Hijo al mundo para destruir el poder de Satanás y transferir al hombre de las tinieblas a su reino de luz infinita" (ver Rito del bautismo de los niños, n. ° 56). Sabemos por experiencia que la vida cristiana siempre está sujeta a la tentación, sobre todo a la tentación de separarse de Dios, de su voluntad, de la comunión con él, para volver a caer en los lazos de las seducciones mundanas. Y el Bautismo nos prepara, nos da fuerza para esta lucha diaria, también la lucha contra el diablo que –como dice San Pedro- como un león, intenta devorarnos, destruirnos.
A la oración sigue la unción en el pecho con el óleo de los catecúmenos, que "reciben la fuerza para renunciar al diablo y al pecado, antes de acercarse a la fuente y renacer a la vida nueva" (Bendición de los óleos: Introducción , No. 3). Debido a la propiedad del aceite de penetrar en los tejidos del cuerpo para beneficiarlo, los antiguos luchadores solían untarse con aceite para tonificar los músculos y escapar más fácilmente a la presa del adversario. A la luz de este simbolismo, los primeros cristianos adoptaron la costumbre de ungir el cuerpo de los candidatos para el bautismo con aceite bendecido por el obispo [1], con el fin de significar mediante esta "señal de salvación", que el poder de Cristo Salvador fortalece para luchar contra el mal y vencerlo (cf. Rito del Bautismo de los Niños, n. ° 105).