Este pasaje es fundamental, porque dice que el amor del Padre tiene como destinatario a todo ser humano. El amor de Dios no es sólo para un pequeño grupo, no… para todos. Meteos bien esa palabra en la cabeza y en el corazón: todos, todos, nadie excluido, eso es lo que dice el Señor.
Y este amor a todo ser humano es un amor que llega a cada hombre y a cada mujer por la misión de Jesús, mediador de salvación y redentor nuestro (cf. AG, 3), y por la misión del Espíritu Santo (cf. AG, 4), que actúa en todos y cada uno, bautizados y no bautizados. El Espíritu Santo actúa!.
El Concilio, además, recuerda que es tarea de la Iglesia continuar la misión de Cristo, que fue "enviado a llevar la buena noticia a los pobres; por eso -continúa el documento Ad gentes- es necesario que la Iglesia, siempre bajo la influencia del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, siga el mismo camino que siguió Cristo, es decir, el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la abnegación hasta la muerte, del que luego salió victorioso cuando resucitó" (AG, 5). Si permanece fiel a este "camino", la misión de la Iglesia es "la manifestación, es decir, la epifanía y la realización, del designio divino en el mundo y en la historia" (AG, 9).
Hermanos y hermanas, estas breves pistas nos ayudan también a comprender el sentido eclesial del celo apostólico de cada discípulo-misionero. El celo apostólico no es un entusiasmo, es otra cosa, es una gracia de Dios, que debemos custodiar.