En noviembre pasado, el drama de la adolescente británica Hannah Jones fue usado como bandera para promover la eutanasia. Con el apoyo de sus padres, Hannah, de 13 años, se negaba a recibir un trasplante de corazón defendiendo su supuesto derecho a morir. Meses después, cambió de opinión y optó por salvar su vida.
Varios años atrás a Hannah le diagnosticaron un tipo raro de leucemia. Cuando los especialistas lograron la remisión del cáncer le descubrieron una cardiomiopatía; su corazón tenía un agujero y era necesario cambiarlo para que siguiera con vida.
Al conocer los riesgos de la operación y la eventual necesidad de un nuevo transplante después de diez años, la menor dijo a sus padres y a las autoridades de salud que no quería más tratamientos y que volvería a casa aunque eso implicara su muerte.