Cada 29 de octubre, conmemoramos al Beato Miguel Rúa (1837 - 1919), sacerdote sucesor de Don Bosco como rector mayor de los salesianos, entre 1888 y 1910.
Alguna vez, San Juan Bosco se expresó así de Don Rúa: “Si Dios me pidiera una lista de las mejores cualidades que quiere para sus religiosos, yo no sé qué cualidades me atrevería a decir que ya no las tenga Miguel Rúa”.
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“Haremos las cosas a medias"
Miguel Rúa nació en Turín (Italia) en 1837. A los ocho años murió su padre, y estando bajo los cuidados de su madre, alcanzó a terminar la primaria en la escuela local y con eso aprender el catecismo. Posteriormente, pasó a las Escuelas Cristianas, a cargo de los hermanos salesianos, donde entabló una amistad con el sacerdote que confesaba a los niños todas las semanas: Don Bosco.
En una de las ocasiones en las que los muchachos se juntaban alrededor de Don Bosco para jugar con él o para pedirle una estampa o medalla, Miguel se puso de pie frente al santo tímidamente. Miguel se quedó mudo y Don Bosco no le dio nada, solo le extendió la mano izquierda, mientras que con la derecha hacía como que cortaba algo: "Toma, Miguelín, toma: nosotros dos haremos las cosas a medias" [juntos].
Miguel no entendió a qué se refería Don Bosco con el inusual gesto. Tampoco entendió sus palabras. No obstante, lo comprendería más tarde, cuando Dios lo puso al frente de la Orden que Juan Bosco fundó. Las palabras del santo acabarían teniendo un cierto carácter profético.
Cuando compitió con Santo Domingo Savio
Los miembros de la familia salesiana suelen recordar otro episodio en el que San Juan Bosco hizo una votación entre sus chicos. Los muchachos eligieron a Santo Domingo Savio como el más simpático y buen compañero, mientras que Miguel Rúa sería elegido el más santo y piadoso entre los oratorianos.
Años más tarde, Miguel ingresaría como interno en el Oratorio y, poco a poco, se ganó la confianza del fundador, hasta convertirse en su asistente. Posteriormente, ya hecho un hombre joven, empeñoso y alegre, se convertiría en uno de los primeros hermanos salesianos. Por su piedad y madurez, fue elegido director espiritual de la nueva comunidad y se convirtió en el primer hijo espiritual de Don Bosco en ser ordenado sacerdote.
Un ‘brazo derecho’ muy fuerte
San Juan Bosco empezó a darle cargos importantes a Don Rúa dentro de su obra. Fue designado, por ejemplo, director del Colegio de Mirabello, después prefecto de la casa de Turín, encargado de los asuntos administrativos y de los talleres, inspector provincial de los colegios salesianos entre 1870 y 1872, y se le encomendó la construcción del Santuario de María Auxiliadora.
Miguel además colaboró de cerca en la fundación y organización de las Hijas de María Auxiliadora y de los Salesianos Cooperadores.
Con el correr del tiempo, el “haremos todo a medias” se convirtió en una sólida realidad. Y es que, entre otras cosas, Don Bosco no tomaba decisiones sin el visto bueno de Don Rúa. Se habían repartido muy bien, como un buen equipo, las responsabilidades.
En sus últimos años, Don Bosco, impresionado por la ayuda inmensa que le daba Don Rúa, llegó a decir: "Si el Padre Rúa quisiera hacer milagros, los haría, porque tiene la virtud suficiente para conseguirlos".
‘Otro Don Bosco’
A la muerte de Don Bosco, el Beato Miguel Rúa le sucedió en el cargo de superior general de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales. Bajo su mando se incrementó la presencia de los salesianos fuera de Italia y la Orden se extendió por el mundo.
El Beato Miguel siempre vivió austeramente. Pidió mucho, pero no para sí mismo. Se mantuvo lejos de las posiciones de privilegio y se hizo hombre “de la última sotana, del último pan, del último lugar”. Se caracterizó por su ternura y bondad, así como por su intenso amor a la Santísima Virgen María. Quienes lo conocieron personalmente solían decir que era ‘otro Don Bosco’.
Don Miguel Rúa partió a la Casa del Padre el 6 de abril de 1910 y fue beatificado por el hoy San Pablo VI en 1972.
Don Bosco y Don Rúa hicieron todo “a medias”, es decir, trabajaron, compartieron responsabilidades, sufrimientos y alegrías. Los dos hicieron muchas cosas “hombro con hombro”, apoyándose como buenos hermanos y discípulos de Cristo, siempre al servicio de los jóvenes.