El Hijo de Dios aprendió la historia humana por este camino, y la recorre hasta el final (cfr Eb 2,18; 5,8). Es bonito volver a contemplar a Jesús y ¡los signos de este vínculo! Él nació en una familia y allí "aprendió el mundo": una tienda, cuatro casas, un pueblo. Y sin embargo, viviendo por treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica. Después, cuando dejó Nazaret y comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a él una comunidad, una "asamblea", es decir una con-vocación de personas. Este es el significado de la palabra "iglesia".
En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia hospitalaria, no de una secta exclusiva, cerrada: nos encontramos con Pedro y Juan, pero también el hambriento y el sediento, el extranjero y el perseguido, la pecadora y el publicano, los fariseos y la multitud. Y Jesús no cesa de recibir y de hablar con todos, también con quien no espera más encontrar a Dios en su vida. ¡Es una lección fuerte para la Iglesia! Los discípulos mismos han sido elegidos para cuidar esta asamblea, esta familia de huéspedes de Dios.
Para que sea viva hoy esta realidad de la asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana. Podremos decir que la familia y la parroquia son dos lugares en donde se realiza esta comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad según el Evangelio no puede no tener la forma de una casa acogedora con las puertas abiertas siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.