Deseo al pueblo italiano, al que miro con afecto, también por las raíces comunes que nos unen, que renueve su encomiable compromiso de solidaridad hacia los más débiles e indefensos y, con el esfuerzo sincero y unánime de ciudadanos e instituciones, venza las dificultades actuales, encontrando el clima de constructiva creatividad social que lo ha caracterizado ampliamente.
En fin, deseo mencionar otra herida a la paz, que surge de la ávida explotación de los recursos ambientales. Si bien «la naturaleza está a nuestra disposición», con frecuencia «no la respetamos, no la consideramos un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos, también de las generaciones futuras». También en este caso hay que apelar a la responsabilidad de cada uno para que, con espíritu fraterno, se persigan políticas respetuosas de nuestra tierra, que es la casa de todos nosotros.
Recuerdo un dicho popular que dice: «Dios perdona siempre, nosotros perdonamos algunas veces, la naturaleza -la creación-, cuando viene maltratada, no perdona nunca». Por otra parte, hemos visto con nuestros ojos los efectos devastadores de algunas recientes catástrofes naturales. En particular, deseo recordar una vez más a las numerosas víctimas y las grandes devastaciones en Filipinas y en otros países del sureste asiático, provocadas por el tifón Haiyan.
Excelencias, Señoras y Señores:
El Papa Pablo VI afirmaba que la paz «no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres».
Éste es el espíritu que anima la actividad de la Iglesia en cualquier parte del mundo, mediante los sacerdotes, los misioneros, los fieles laicos, que con gran espíritu de dedicación se prodigan entre otras cosas en múltiples obras de carácter educativo, sanitario y asistencial, al servicio de los pobres, los enfermos, los huérfanos y de quienquiera que esté necesitado de ayuda y consuelo. A partir de esta «atención amante», la Iglesia coopera con todas las instituciones que se interesan tanto del bien de los individuos como del común.
Al comienzo de este nuevo año, deseo renovar la disponibilidad de la Santa Sede, y en particular de la Secretaría de Estado, a colaborar con sus países para favorecer esos vínculos de fraternidad, que son reverberación del amor de Dios, y fundamento de la concordia y la paz. Que la bendición del Señor descienda copiosa sobre ustedes, sus familias y sus pueblos. Gracias.