Por otra parte, la Iglesia, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de Jesucristo, acoge con misericordia y comprensión a las personas homosexuales activas o no, reconociendo su dignidad humana personal y de hijos de Dios, por sobre todo. Y les invita a pedir al Espíritu Santo el don de la castidad y a procurarla mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, apoyándose en la oración, en la penitencia y en la gracia sacramental, ya que todos los cristianos estamos llamados a la santidad. En consecuencia, las personas homosexuales deben también ser atendidas en la acción pastoral, con respeto, comprensión y esperanza. Todos estamos llamados a cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida incluidos los homosexuales.
El hecho de que la Iglesia se pronuncie en repetidas ocasiones en contra de las uniones homosexuales no representa en modo alguno una forma de discriminación contra las personas de preferencias sexuales diversas, sino que la Iglesia tiene el deber de velar por la institución matrimonial y por la familia, fundada en la ley natural y en el plan de Dios. Los Obispos estamos convencidos que la familia, fundada en el matrimonio entre un varón y una mujer, debe ser protegida y promovida como factor esencial de la existencia, estabilidad y paz social, en una amplia visión de futuro del interés común de la sociedad, de cara a la actual crisis de identidad que se vive.
En resumen, no existe por parte de la Iglesia duda alguna acerca del juicio moral respecto a las relaciones homosexuales. Y la Santa Sede defiende este derecho a la libertad de expresión.