En estos tres elementos hay una nueva gradación. El pan remite a la vida cotidiana. Es el don fundamental de la vida diaria. El vino evoca la fiesta, la exquisitez de la creación y, al mismo tiempo, con el que se puede expresar de modo particular la alegría de los redimidos. El aceite de oliva tiene un amplio significado. Es alimento, medicina, embellece, prepara para la lucha y da vigor. Los reyes y sacerdotes son ungidos con óleo, que es signo de dignidad y responsabilidad, y también de la fuerza que procede de Dios. El misterio del aceite está presente en nuestro nombre de "cristianos". En efecto, la palabra "cristianos", con la que se designaba a los discípulos de Cristo ya desde el comienzo de la Iglesia que procedía del paganismo, viene de la palabra "Cristo" (cf. Hch 11,20-21), que es la traducción griega de la palabra "Mesías", que significa "Ungido". Ser cristiano quiere decir proceder de Cristo, pertenecer a Cristo, al Ungido de Dios, a Aquel al que Dios ha dado la realeza y el sacerdocio. Significa pertenecer a Aquel que Dios mismo ha ungido, pero no con aceite material, sino con Aquel al que el óleo representa: con su Santo Espíritu. El aceite de oliva es de un modo completamente singular símbolo de cómo el Hombre Jesús está totalmente colmado del Espíritu Santo.
En la Misa crismal del Jueves Santo los óleos santos están en el centro de la acción litúrgica. Son consagrados por el Obispo en la catedral para todo el año. Así, expresan también la unidad de la Iglesia, garantizada por el Episcopado, y remiten a Cristo, el verdadero «pastor y guardián de nuestras almas», como lo llama san Pedro (cf. 1 P 2,25). Al mismo tiempo, dan unidad a todo el año litúrgico, anclado en el misterio del Jueves santo. Por último, evocan el Huerto de los Olivos, en el que Jesús aceptó interiormente su pasión. El Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la redención: Dios no ha dejando a Jesús en la muerte. Jesús vive para siempre junto al Padre y, precisamente por esto, es omnipresente, y está siempre junto a nosotros. Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre "activo" también en el óleo sacramental de la Iglesia. En cuatro sacramentos, el óleo es signo de la bondad de Dios que llega a nosotros: en el bautismo, en la confirmación como sacramento del Espíritu Santo, en los diversos grados del sacramento del orden y, finalmente, en la unción de los enfermos, en la que el óleo se ofrece, por decirlo así, como medicina de Dios, como la medicina que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, la resurrección (cf. St 5,14). De este modo, el óleo, en sus diversas formas, nos acompaña durante toda la vida: comenzando por el catecumenado y el bautismo hasta el momento en el que nos preparamos para el encuentro con Dios Juez y Salvador. Por último, la Misa crismal, en la que el signo sacramental del óleo se nos presenta como lenguaje de la creación de Dios, se dirige, de modo particular, a nosotros los sacerdotes: nos habla de Cristo, que Dios ha ungido Rey y Sacerdote, de Aquel que nos hace partícipes de su sacerdocio, de su "unción", en nuestra ordenación sacerdotal.
Quisiera brevemente explicar el misterio de este signo santo en su referencia esencial a la vocación sacerdotal. Ya desde la antigüedad, en la etimología popular se ha unido la palabra griega "elaion", aceite, con la palabra "eleos", misericordia. De hecho, en varios sacramentos, el óleo consagrado es siempre signo de la misericordia de Dios. Por tanto, la unción para el sacerdocio significa también el encargo de llevar la misericordia de Dios a los hombres. En la lámpara de nuestra vida nunca debería faltar el óleo de la misericordia. Obtengámoslo oportunamente del Señor, en el encuentro con su Palabra, al recibir los sacramentos, permaneciendo junto a él en oración.