Las celebraciones programadas quieren recordar la mediación pontificia que contribuyó a resolver una controversia, que corría el riesgo de convertirse en un conflicto, y reflexionar sobre los frutos de paz que de ella han derivado hasta nuestros días.
El recuerdo de los acontecimientos de hace treinta años está indisolublemente unido a la amada figura de Papa Juan Pablo II y a la destacada obra de su Delegado especial, el Cardenal Antonio Samorè, ambos muy comprometidos en la búsqueda de la paz y de la concordia entre los pueblos argentino y chileno, unidos desde siglos por sólidos vínculos de fe y solidariedad. Es obligado también mencionar al Card. Agostino Casaroli y a sus colaboradores que, tras la muerte del llorado Card. Samorè, finalizaron los trabajos de la mediación, hasta conseguir la firma de una declaración conjunta de paz y de amistad, que tuvo lugar en el Vaticano el 23 de enero de 1984. Fue un ejemplo admirable de construcción de la paz a través de la vía maestra y siempre actual del diálogo, que tiene come finalidad no la supremacía de la fuerza y del interés, sino la afirmación de una justicia ecuánime y solidaria, fundamento seguro y estable de la convivencia entre los pueblos.
A treinta años del acontecimiento la mediación del Beagle continúa siendo un ejemplo que se puede poner para llamar la atención de la Comunidad internacional, ya que muestra, junto a la paciencia y a la responsabilidad de las partes implicadas, cómo en todas las controversias el diálogo no perjudica los derechos, sino que amplía el campo de las posibilidades razonables para resolver las divergencias. Es necesario, por tanto, seguir recurriendo a la diplomacia y a sus métodos de negociación, que toman su fuerza del bagaje moral de los pueblos, dándoles confianza para garantizar la paz, la seguridad y el bienestar. Las nuevas generaciones, teniendo presente las lecciones de la historia, antigua y reciente, están llamadas a mirar al futuro con ojos de esperanza y a comprometerse en la realización de la civilización del amor, de la cual Juan Pablo II fue profeta, aunque no siempre fuera escuchado.