Arzobispo denuncia que laicismo radical pretende hacer de España una sociedad de ateos

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En su última carta semanal, el Arzobispo de Valencia, Mons. Agustín García-Gasco, denunció que "el laicismo radical que nos encontramos en la actualidad en España constituye una utilización del poder del Estado para fundar una sociedad como si todos los ciudadanos fueran ateos, sin aceptar la realidad de la libertad religiosa y sus repercusiones en la vida social y pública".

Según informó la agencia AVAN, en su carta titulada "Libertad para creer", el Prelado explica que "en la España de hoy se detecta el interés por extender un modo de vida en el que la referencia a Dios sea considerada como una deficiencia en la madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad".

El Arzobispo de Valencia considera "necesaria y urgente" la tarea de "desenmascarar el `nacional-laicismo que se nos trata de imponer" , pues no deja de ser "un fundamentalismo que nada tiene que ver con la sana laicidad".

Mons. García-Gasco señaló que el laicismo radical "avanza con frecuencia por la falta de consistencia de los propios creyentes, que a veces, somos atraídos por la tentación de ocultar nuestra fe en la vida pública".

Según el Prelado "nos resulta más fácil dejar de ser cristianos cuando se llega al trabajo, al entrar en política, al buscar las diversiones con los amigos". Sin embargo, "quien niega a Jesucristo y oculta su condición cristiana en la vida pública, difícilmente puede creer que ama a Dios con sinceridad y con toda su persona".

"Creer -o dejar de hacerlo- es un acto personal en el que cada uno utiliza su libertad para aceptar o rechazar la iniciativa de Dios sobre su propia vida", advierte y aclara que "el acto de fe es una expresión elevada de la dignidad del ser humano y de la libertad de cada persona" aunque "tampoco tomamos esta decisión de un modo aislado".

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El Arzobispo precisa que la Iglesia, "que ha recibido como misión propia la custodia del don de la fe", sabe que "allí donde se promueve el error, la mentira, la manipulación, la malicia, el odio, el resentimiento, el chantaje, la coacción, la fealdad, el desgarro, la injusticia, la opresión, la explotación o cualquier tipo de violencia se dificulta, hasta el extremo, que el ser humano pueda descubrir su propia dignidad, su inconmensurable valor y el don del amor de Dios".

En su carta, anima a fomentar "una recta comprensión de la sana laicidad" que encuentra "incompatibles el ejercicio de la coacción y el acto de fe". La sana laicidad "protege a quien no acepta a Dios, pero al tiempo reconoce el derecho a la libertad religiosa con todas sus consecuencias que incluye el respeto de quien libremente desea practicar su religión de forma congruente".

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