El Arzobispo de Westminster, Cardenal Cormac Murphy O’Connor, recibió una queja de un legislador inglés sobre un hospital católico londinense que estaba transfiriendo a mujeres embarazadas a otros nosocomios para que en ellos pudieran someterse a “servicios sanitarios” como el aborto, ingesta de la píldora del día siguiente y anticonceptivos; y que luego permitió a algunos médicos anti-vida operar en el mismo centro de salud.
Al Purpurado le indicaron que en el Hospital de St. John y St. Elizabeth, al norte de Londres, el personal de este centro de salud estaba realizando esas acciones y, ante esta situación, el Cardenal, en su calidad de patrocinador del hospital, escribió a la administración del nosocomio exigiéndole que no transfiriese a más mujeres para someterlas a las ya mencionadas prácticas anti-vida.
El problema empeoró cuando el hospital comenzó a aceptar a los médicos a quienes eran derivadas las mujeres, dentro de sus instalaciones, de acuerdo a lo estipulado por la norma inicua del National Health Service, que exige a los centros de salud de cualquier índole que brinden este tipo de “atenciones”.