La historia de San Juan Diego y la Virgen de Guadalupe comenzó con las célebres apariciones de 1531. El vidente indígena permaneció durante años vinculado al cuidado y difusión del mensaje guadalupano, en un templo que aún se conserva y forma parte esencial del conjunto mariano del Tepeyac.
A un costado de la actual Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México, se encuentra la antigua ermita construida para resguardar la imagen impresa milagrosamente en el ayate de San Juan Diego. Se trata de un sitio histórico poco conocido por los peregrinos.
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El origen de la ermita
San Juan Diego fue el indígena a quien la Virgen se apareció entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, pidiéndole interceder ante el primer Arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga, para que se edificara un templo “en el llano del Tepeyac” como señal de su amor a todas las naciones.
Fue en su tilma donde quedó milagrosamente estampada la imagen de Santa María.

Tras las apariciones, el arzobispo ordenó levantar una pequeña ermita para custodiar la tilma. Junto a ella vivió San Juan Diego durante 17 años, dedicado a narrar los hechos y a cuidar la sagrada imagen hasta su muerte, en 1548.
Una Virgen para los “totalmente olvidados”
En entrevista con ACI Prensa, el P. José de Jesús Aguilar, de la Arquidiócesis de México, explicó que, en aquel tiempo, el Tepeyac —lugar donde se apareció la Virgen y pidió que se edificara su “casita sagrada”— era un valle en las afueras de la ciudad.
Señaló que esta petición de la Virgen tenía un profundo significado, pues muchos indígenas vivían fuera del centro urbano y “se sentían totalmente olvidados, sin derechos, ni nada”.
Por ello, señaló que la Madre de Dios quiso un espacio ahí, como un gesto de cercanía hacia quienes “vivían en las orillas sociales y geográficas”.
San Juan Diego: protector y difusor
El P. Aguilar destacó que San Juan Diego fue el primer difusor de la devoción guadalupana. “Contaba de viva voz lo que había pasado y de esta manera cada vez iba cundiendo más la noticia, hasta que finalmente se hizo muy popular”, recordó.
Indicó que el vidente de la Virgen recibió peregrinos en aquella ermita, por lo que solicitó permiso para construir su casa junto a ella. Aunque la casa ya no existe, una cruz marca el sitio donde se encontraba.

Según explicó el sacerdote, San Juan Diego murió y fue sepultado ahí mismo, tras dedicar 17 años al cuidado de la Virgen.
De la ermita a la Antigua Parroquia de Indios
La ermita original, hecha de adobe, fue modificada con el paso del tiempo. Ante el crecimiento de la devoción, en 1649 se edificó lo que hoy se conoce como la Antigua Parroquia de Indios.
En el interior del templo se conserva una pared de la primera ermita, el lugar exacto donde la tilma permaneció expuesta durante más de 100 años, para luego ser trasladada a la nueva Basílica en abril de 1709.

Un mensaje que conectó con un pueblo entero
El P. Aguilar explicó que la elección de Juan Diego como su mensajero no fue coincidencia. Comentó que la Virgen “eligió a un indígena para que les hable a los indígenas”.
Además de compartir la lengua, San Juan Diego podía relatar detalles de las apariciones: “si hacía calor, hacía frío, cómo cantaban los pajaritos ese día, exactamente dónde se apareció la primera vez, cómo era la cara de la Virgen”.
El sacerdote añadió que San Juan Diego también supo transmitir fielmente el mensaje que la Virgen le confió: “No temas, ¿qué no estoy yo aquí que soy tu madre?”
Estas palabras —recogidas en el Nican Mopohua— fueron pronunciadas cuando el vidente estaba preocupado por la grave enfermedad de su tío, Juan Bernardino. La Virgen le aseguró que había sido sanado milagrosamente.
Este mensaje, señaló el sacerdote, sigue siendo el mensaje que la Virgen de Guadalupe para su pueblo “de tal manera que cualquier persona ante la muerte, ante el temor, ante la falta de trabajo, ante una situación difícil, pueda escuchar estas palabras y tener la certeza de ‘voy a salir adelante’”.




