El 24 de septiembre de 2011 marcó para siempre la vida de Walter Oyarce Delgado. Ese día, su hijo de 24 años, Walter Oyarce Domínguez, fue asesinado por un grupo de barristas tras un partido de fútbol en el Estadio Monumental de Lima.
Lo que para muchos sería el inicio de una vida de odio y desesperanza, para Oyarce padre se convirtió, por la gracia de Dios, en el punto de partida de una profunda transformación espiritual.
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“Ese sábado 24 de septiembre de 2011 era un jardín. Íbamos al estadio a disfrutar de un clásico del fútbol peruano. Nunca imaginé que sería el último abrazo que le daría a mi hijo”, dijo al relatar su testimonio de conversión en el Desayuno Nacional de Oración (DNO), realizado el miércoles 22 de octubre en Lima.
Del jardín al desierto
Walter Oyarce Delgado, nacido en Huaraz en 1956, es egresado de la Escuela Naval del Perú, MBA por CISAM y con amplia experiencia en gestión de recursos humanos y económicos en los sectores público y privado. Ejerció como regidor de Lima entre 2019 y 2022 y lidera el proyecto social Esperanza Partú.
En su testimonio comparó su experiencia con tres escenarios que enseñó Jesús: el desierto, la barca y el jardín.
“Al ver a mi hijo tendido en el piso, supe que había ingresado al desierto. Pero incluso en medio del dolor más profundo, escuché dentro de mí una voz que me decía: ‘No es posible devolverle la vida a un cadáver. Contrólate, tu familia te está viendo’. Sin saberlo, Jesús me subió a la barca de la fe y me salvó de la desesperación”, contó.
El hijo que murió defendiendo
Poco después supo la verdad sobre los últimos momentos de su hijo. Dos mujeres que estuvieron en el palco vecino se le acercaron en el entierro y le dijeron: “Su hijo murió por defendernos”. Walter había intentado proteger a mujeres y niños del ataque violento que se desató en las tribunas.
Walter Oyarce Domínguez, hincha del club Alianza Lima, fue asesinado en 2011 en el Estadio Monumental de Lima durante un clásico del fútbol peruano entre Universitario de Deportes y Alianza Lima.
Durante una pelea entre barristas en una de las tribunas, fue arrojado desde un palco del segundo piso, cayendo al vacío y muriendo instantáneamente debido al impacto. Tenía 23 años.
“El saber que su muerte no se debió a una conducta violenta me generó tranquilidad y firmeza para lograr la justicia. Mi hijo no murió por una pelea, murió por amor al prójimo. Y eso me dio fuerza”, relató.
Oyarce reconoce que su madre, una mujer humilde de fe católica inquebrantable, fue clave en su proceso interior. “Ella me hablaba del Cielo, pero yo dudaba de la vida eterna. Esa incredulidad se rompió el 25 de septiembre de 2011, al día siguiente del asesinato de mi hijo. Ese día supe que sí hay otra vida, la eternidad junto a Jesús”, confesó.
El sufrimiento lo llevó a comprender que la fe también es una experiencia que se vive en medio del dolor. “El desierto es donde uno se encuentra con Dios, donde la esperanza se renueva y la fe se fortalece”, reflexionó.
De la barca al jardín
Años después, Walter Oyarce encontró serenidad. Pese a haber enfrentado la pérdida de su hijo y de su padre en un mismo mes, y a las heridas familiares que el dolor deja, asegura que hoy vive desde una paz distinta.
“Jesús me enseñó a navegar en la barca de la fe. Cuando comprendí que el sufrimiento podía tener un sentido, mi vida cambió. El jardín no es el lugar donde todo está bien, sino donde uno aprende a disfrutar las cosas buenas que Dios nos da después de haber pasado por la tormenta”, afirmó.
Hoy, con 68 años, Oyarce sigue compartiendo su testimonio en espacios de formación y diálogo. A través de Esperanza Partú, promueve proyectos sociales orientados a la reconciliación, la educación en valores y la construcción de una sociedad en paz.
“El perdón no borra la memoria, pero sana el corazón”, afirma con serenidad. “El dolor no desaparece, pero cuando uno se encuentra con Cristo, ese dolor se convierte en una misión. Yo elegí transformar mi sufrimiento en esperanza para los demás”.

