El monasterio de Santa Clara en Via Vitellia, Roma (Italia), se ha convertido en un ejemplo de cómo la vida contemplativa también puede ofrecer respuestas al desafío del cuidado de la creación.
Las monjas clarisas han instalado en el techo de su convento una planta de energía solar de 70 kilovatios hora que no solo abastecerá a su comunidad, sino que también beneficiará a 24 familias vecinas. Se prevé que la planta entre en funcionamiento este otoño.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
La iniciativa nació tras un curso comunitario sobre la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco. “Cuando se publicó la encíclica, sentimos la necesidad de formarnos y discernir juntas cómo vivirla desde nuestra clausura. De ahí surgió la idea de instalar un sistema fotovoltaico. Es nuestra pequeña contribución, una semilla para intentar avanzar en este camino”, afirmó a EWTN Noticias la Madre Elena Francesca, abadesa del convento.
La obra técnica estuvo a cargo de la hermana Marta Maddalena, ingeniera con cinco años de experiencia en el sector antes de ingresar a la vida religiosa. Ella explicó que el sistema permitirá reducir la dependencia de combustibles fósiles y ofrecer a los hogares participantes un ahorro en sus facturas de electricidad.
“Llegar a eliminar la energía de combustibles fósiles llevará aún años, pero poco a poco podemos avanzar. Esta planta es un paso en esa dirección. Además del beneficio medioambiental, los vecinos tendrán una mayor independencia energética y verán una reducción en sus facturas”, aseguró.
El costo del proyecto, que asciende a unos 170 mil dólares, será cubierto en gran parte por las propias religiosas, con pequeñas colaboraciones de los vecinos beneficiados. “No contamos con grandes fondos, pero sentimos que Dios nos pedía este esfuerzo. Con confianza y con la ayuda de quienes se unieron al proyecto, creemos que será posible”, expresó la Madre Elena.
Para las monjas de clausura, el vínculo con la naturaleza tiene un valor espiritual único. “Vivimos en clausura y nuestro mundo es lo que contemplamos desde la ventana. Tenemos un gran jardín, gracias a Dios, y lo apreciamos aún más al tener solo eso delante de nuestros ojos. Ese único árbol se convierte en un amigo que nos acompaña toda la vida”, señaló la abadesa.
La iniciativa también ha generado una relación más estrecha entre el monasterio y los vecinos. “A través de las rejas, hemos podido dialogar con ellos y compartirles esta propuesta. Lo que empezó como una idea técnica se transformó en una amistad. Hoy ya no son solo beneficiarios: son compañeros de camino”, afirmó la Madre Elena.
Con este proyecto, las clarisas de Roma desean dar testimonio de que incluso desde la vida contemplativa se puede contribuir a la conversión ecológica que pide la Iglesia. “La clausura no nos encierra en nosotras mismas. Desde aquí queremos alabar a Dios, cuidar su creación y abrirnos al mundo de una manera nueva”, concluyó la abadesa.

