El Papa Francisco anima en el texto de su catequesis a descubrir la misericordia de Dios, especialmente cuando nos sentimos perdidos, al igual que hizo Zaqueo. 

Debido al delicado estado de salud del Santo Padre, no hubo Audiencia General por séptimo miércoles consecutivo y el texto de su catequesis fue distribuido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede. 

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A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas: 

Sigamos contemplando los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio. Esta vez me  gustaría detenerme en la figura de Zaqueo: un episodio que me es particularmente querido, porque ocupa  un lugar especial en mi camino espiritual. 

El Evangelio de Lucas nos presenta a Zaqueo como alguien que parece irremediablemente  perdido. Quizá nosotros también nos sentimos así a veces: sin esperanza. Zaqueo, en cambio, descubrirá  que el Señor ya lo estaba buscando. 

Jesús, de hecho, bajó a Jericó, una ciudad situada por debajo del nivel del mar, considerada una  imagen del infierno, donde Jesús quiere ir a buscar a aquellos que se sienten perdidos. Y, en realidad, el  Señor Resucitado sigue descendiendo a los infiernos de hoy, a los lugares de guerra, al dolor de los  inocentes, al corazón de las madres que ven morir a sus hijos, al hambre de los pobres. 

Zaqueo, en cierto sentido, se ha perdido, tal vez tomó decisiones equivocadas o tal vez la vida lo  ha puesto en situaciones de las que le cuesta salir. De hecho, Lucas insiste en describir las características  de este hombre: no solo es publicano, es decir, uno que recauda impuestos de sus conciudadanos para los  invasores romanos, sino que es incluso el jefe de los publicanos, como diciendo que su pecado se multiplica.  

Lucas añade además que Zaqueo es rico, dando a entender que se ha enriquecido a costa de los  demás, abusando de su posición. Pero todo esto tiene consecuencias: Zaqueo probablemente se siente  excluido, despreciado por todos. 

Cuando se entera de que Jesús está atravesando la ciudad, Zaqueo siente el deseo de verlo. No se  atreve a imaginar un encuentro, le bastaría con mirarlo desde lejos. Sin embargo, nuestros deseos también  encuentran obstáculos y no se hacen realidad automáticamente: 

¡Zaqueo es de baja estatura! Es nuestra  realidad, tenemos límites con los que debemos lidiar. Y luego están los demás, que a veces no nos  ayudan: la multitud impide que Zaqueo vea a Jesús. Quizás sea también un poco su revancha. 

Pero cuando se tiene un deseo fuerte, no se desanima. Se encuentra una solución. Pero hay que  tener valor y no avergonzarse, se necesita un poco de la sencillez de los niños y no preocuparse  demasiado por la propia imagen. Zaqueo, como un niño, se sube a un árbol. Debía ser un buen punto de  observación, sobre todo para mirar sin ser visto, escondiéndose detrás de las frondas. 

Pero con el Señor siempre ocurre lo inesperado: Jesús, cuando llega allí cerca, alza la mirada.  Zaqueo se siente descubierto y probablemente espera un reproche público. La gente tal vez lo habrá  esperado, pero se sentirá decepcionada: Jesús le pide a Zaqueo que baje inmediatamente, casi  maravillándose de verlo en el árbol, y le dice: “¡Hoy tengo tengo que alojarme en tu casa!” (Lc 19,5).  

Dios no puede pasar sin buscar al que está perdido.  Lucas destaca la alegría del corazón de Zaqueo. Es la alegría de quien se siente mirado,  reconocido y, sobre todo, perdonado. La mirada de Jesús no es una mirada de reproche, sino de  misericordia. Es esa misericordia que a veces nos cuesta aceptar, sobre todo cuando Dios perdona a  quienes, en nuestra opinión, no se lo merecen. Murmuramos porque nos gustaría poner límites al amor de  Dios.

En la escena en casa, Zaqueo, después de escuchar las palabras de perdón de Jesús, se levanta, como si  resucitara de su condición de muerte. Y se levanta para comprometerse: devolver el cuádruple de lo que  ha robado. No se trata de un precio a pagar, porque el perdón de Dios es gratuito, sino del deseo de imitar  a Aquel de quien se sintió amado. Zaqueo asume un compromiso al que no estaba obligado, pero lo hace  porque entiende que esa es su forma de amar. Y lo hace combinando la legislación romana sobre el robo y  la ley rabínica sobre la penitencia. Zaqueo entonces no es solo el hombre del deseo, es también alguien  que sabe dar pasos concretos. Su propósito no es genérico o abstracto, sino que parte precisamente de su  historia: ha mirado su vida y ha identificado el punto desde el que iniciar su cambio.  

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de Zaqueo a no perder la esperanza, incluso cuando  nos sentimos marginados o incapaces de cambiar. Cultivemos nuestro deseo de ver a Jesús y, sobre todo,  dejemos que nos encuentre la misericordia de Dios, que siempre viene a buscarnos, en cualquier situación  en la que nos hayamos perdido.