El Cardenal Kurt Koch rechazó las posturas extremas de progresistas y tradicionalistas en torno al Concilio Vaticano II en su discurso de aceptación del Doctorado honoris causa otorgado por la Universidad Católica de Valencia.
El prefecto del Dicasterios para la Promoción de la Unidad de los Cristianos reflexionó en su lección magistral sobre la tensión entre los dos ejes del Concilio Vaticano II: la fidelidad a las fuentes y la fidelidad a las señales de los tiempos.
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Para el purpurado, “la relación entre estas dos dimensiones ha caracterizado a la Iglesia desde siempre, pero la tensión se ha agudizado de una manera nueva después del Vaticano II”.
Ante esta dicotomía, el cardenal Koch apostó porque “más allá del conformismo secularista y del fundamentalismo separatista, es necesario buscar un tercer camino en la fe católica, que ya nos ha sido mostrado por el Concilio”.
Según el prefecto, tanto los llamados progresistas como los tradicionalistas “conciben el Vaticano II como una ruptura, aunque de manera opuesta”. Para los primeros la ruptura se produce después del concilio, mientras que los segundos entienden que se produjo en él.
Ante esto, el cardenal consideró que “las dos posiciones extremas están tan cerca, precisamente porque no interpretan el Vaticano II dentro de la tradición general de la Iglesia”.
En su alocución, el Cardenal Koch recordó, respecto a la visión tradicionalista que pone el foco únicamente en las fuentes, que Benedicto XVI afirmó que “no se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia en el año 1962”.
Riesgo de mundanización de la Iglesia
Por otro lado, “si se pone el énfasis solamente en el aggiornamento [actualización], existe el peligro de que la apertura de la Iglesia al mundo, deseada y realizada por el Concilio, se convierta en una apresurada adaptación de los fundamentos de la fe al espíritu del tiempo moderno”, expuso el purpurado.
“No pocas corrientes en el periodo posconciliar se orientaron tanto hacia el mundo que no se dieron cuenta de los tentáculos del espíritu moderno o subestimaron su impacto —añadió el cardenal—, de modo que la llamada conversión al mundo no hizo que la levadura del Evangelio impregnara más la sociedad moderna, sino que condujo más bien a un amplio conformismo de la Iglesia con el mundo”.
La propuesta del Cardenal Koch ante ambas posturas que considera igualmente rupturistas es “la recuperación de un sano equilibrio en la relación entre la fe y la Iglesia, por un lado, y el mundo, por otro”.
A su entender, si la Iglesia no puede confundirse con el mundo, “la identidad original de la fe y de la Iglesia no debe definirse de tal manera que se separe del mundo de un modo fundamentalista”.
En este sentido, añadió que el diálogo entre la Iglesia y el mundo contemporáneo “no debe hacer que la fe y la Iglesia se adapten al mundo de una manera secularista, renunciando peligrosamente a su identidad”.
¿Qué significa la reforma de la Iglesia?
Para el prefecto del Dicasterios para la Promoción de la Unidad de los Cristianos la reforma de la Iglesia no puede implicar “un cambio de esencia”, sino que consiste en “la eliminación de lo inauténtico” mediante un proceso de purificación de la Iglesia “basado en sus orígenes”, para que “la forma de la única Iglesia querida pro Cristo pueda volver a ser visible”.
“Para el Concilio, la fidelidad a los orígenes y la conformidad con los tiempos no eran opuestas. Más bien, el Concilio quiso proclamar la fe católica de una manera que fuera tanto fiel a sus orígenes como adecuada a los tiempos, para poder transmitir la verdad y la belleza de la fe a los hombres de hoy, de modo que puedan comprenderla y acogerla como una ayuda para sus vidas”, subrayó.
En conclusión, para el purpurado “el Concilio no generó una nueva Iglesia en ruptura con la tradición ni concibió una fe diferente, sino que más bien apuntó a una renovación de la fe y a una Iglesia renovada a partir del espíritu del mensaje cristiano que ha sido revelado una vez por todas y transmitido en la tradición viva de la Iglesia”.