Davina Chambers nunca será la misma. Pocas horas después de someterse a un aborto, entendió que había matado a su propio hijo. Ella expulsó en el baño de su casa la cabeza seccionada de su bebé, que había permanecido en su vientre por el descuido del médico que la atendió.
La joven inglesa de 29 años de edad tenía solo doce semanas de gestación. Decidió abortar agobiada por una enfermedad hepática, depresión y porque creía que no podría atender a sus otros tres hijos.
Sin embargo, nunca imaginó que ese aborto –lejos de resolver su problema- le ocasionaría el mayor dolor de su vida.