Este 21 de mayo se celebra a San José María Robles, quien es parte de un grupo de 25 santos mártires de México. Este miembro de los Caballeros de Colón bendijo a sus verdugos e hizo una especial oración antes de morir.

San José María Robles Hurtado (1888-1927) era poeta y según la Arquidiócesis de Guadalajara (México), tenía el apodo de “el loco del Sagrado Corazón”. Esta devoción fue tan grande que incluso fundó una congregación de religiosas llamadas Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado.

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En medio de una persecución religiosa que vivió México a inicios del siglo XIX por parte de políticos y militares anticlericales, San José María Robles tuvo que pasar a la clandestinidad. De esta manera pudo seguir animando en la fe a los fieles. No obstante, el presbítero fue arrestado.

El Vaticano indica que, antes de morir, escribió una poesía que manifestaba sus últimos deseos. Parte de esta composición, a modo de oración, se la compartimos a continuación.

“Quiero amar tu corazón Jesús mío, con delirio; quiero amarte con pasión, quiero amarte hasta el Martirio… Con el alma te bendigo mi Sagrado Corazón; Dime: ¿se llega el instante de feliz y eterna unión?. Tiéndeme, Jesús, los brazos, pues tu “pequeñito soy”; de ellos, al seguro amparo, a donde lo ordenes, voy… al amparo de mi Madre y de su cuenta corriendo yo, su “pequeño” del alma, vuelvo a sus brazos sonriendo. Un Padre, espera a sus hijos, a todos, allá en el Cielo”.

En el libro Los mártires mexicanos del P. Joaquín Cardoso S.J. se indica que el santo fue atado de manos y llevado a un monte cerca a Tecolotlán, al noroeste de Ciudad de México. En ese lugar había una fosa y los verdugos le comunicaron al presbítero que iba a ser ahorcado. Pero ellos nos se esperaban la emotiva reacción del santo.

El sacerdote se llenó de una alegría inexplicable y con mucha reverencia bendijo el lugar donde lo iban a enterrar, la ciudad, la cuerda con que iba a ser ahorcado y a los que lo iban a matar. 

Los perdonó y se puso la soga al cuello. Finalmente, puesto de rodillas pronunció una tierna oración de fidelidad al Señor.

“¡Tuyo, siempre tuyo, Corazón Eucarístico de Jesús; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”, exclamó.

Finalmente, los anticlericales jalaron de la soga y el santo murió colgado de un árbol de roble, ofreciendo con su vida el mejor poema de amor a Dios. De acuerdo a la Arquidiócesis de Guadalajara sus restos ahora reposan en el noviciado de las Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado, ubicado en la ciudad de Guadalajara.