La cárcel es una dura realidad, y problemas como el hacinamiento, la falta de instalaciones y recursos y los episodios de violencia generan mucho sufrimiento en ella. Sin embargo, también puede convertirse en un lugar de renacimiento, tanto moral como material, en el que la dignidad de mujeres y hombres no se "incomunique", sino que se promueva a través del respeto mutuo y el fomento de talentos y capacidades, quizá dormidos o aprisionados por las vicisitudes de la vida, pero que pueden resurgir para el bien de todos y que merecen atención y confianza.Nadie quita la dignidad de las personas, ¡nadie!
Entonces, paradójicamente, la estancia en una cárcel puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de una belleza insospechada en nosotros mismos y en los demás, como simboliza el acontecimiento artístico que acogen y a cuyo proyecto contribuyen activamente; puede llegar a ser como una obra de reconstrucción, en la que mirar y evaluar con valentía la propia vida, eliminar lo que no se necesita, lo que estorba, perjudica o es peligroso, trazar un plan y volver a empezar cavando cimientos y volviendo, a la luz de la experiencia, a poner ladrillo tras ladrillo, juntos, con determinación. Por eso es fundamental que el sistema penitenciario también ofrezca a los presos y reclusos herramientas y espacios de crecimiento humano, espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para su sana reinserción. Por favor, no "aislar la dignidad". No "aislar la dignidad", ¡sino ofrecer nuevas posibilidades!
No olvidemos que todos tenemos errores que perdonar y heridas que curar, yo también, y que todos podemos llegar a ser sanados que llevan sanación, perdonados que llevan perdón, renacidos que llevan renacimiento.