Obispo español: La vida cristiana no es “para cobardes” ni “flojos”

Cruz Imagen referencial. | Crédito: Nicolás Núñez LC / Cathopic.

El Obispo de Córdoba (España), Mons, Demetrio Fernández, reflexiona en su carta semanal sobre el pasaje evangélico en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo y afirma que en Él, “la ira está movida por la caridad, es ira santa, y es necesaria esa ira para afrontar grandes dificultades, con las que nos encontramos en la vida”.

El prelado señala que “no es fácil explicar” esta perícopa evangélica, pues, consideramos, al reconocernos pecadores, que “toda manifestación de ira y más aún si se expresa violentamente, como en este caso, es algo abominable, es algo impropio del hombre, es pecado”.

Sin embargo, anima a “cambiar de criterio” sobre la idea de que para ser cristiano hay que “recortar el impulso, el coraje, el entusiasmo, la ira, para convertirnos en pacifistas de baja intensidad”.

Mons. Fernández añade que “no es legítima la ira que brota del amor propio, del orgullo humillado”, ni cuando “brota de un corazón rencoroso, que busca la revancha”. Pero, al mismo tiempo, es “una de las pasiones que más funciona en nuestra vida, y puede funcionar correctamente”, defiende. 

Así, en la tarea de la crianza, o al multiplicar esfuerzos laborales, “se necesita una ira ordenada por la caridad”.

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Tras estas explicaciones, el Obispo de Córdoba asegura que “la ira por tanto no es el enfado por el enfado, es la fuerza interior con la que somos capaces de afrontar tareas arduas y difíciles”.

Así, “la actuación de Jesús en este contexto es la de expulsar de nuestro corazón y de nuestra sociedad todo lo que profane la casa de Dios” y lo quiere hacer “no con palabras suaves, indoloras, insípidas” sino “con toda la fuerza de su corazón lleno de celo por la casa de su Padre”. Sin embargo, advierte, “podemos entenderlo mal, y con ello justificar nuestros enfados, nuestra violencia contra los demás, nuestras rabietas e inconformismos”.

La manera correcta de interpretarlo, señala, es que “la vida cristiana no es para cobardes, para flojos, para gente sin compromiso”, sino más bien “una empresa ardua, en la que movidos por el Espíritu Santo podemos alcanzar una meta inimaginable: la santidad personal y el cambio radical de la sociedad en la que vivimos”.

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