Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2024

Imagen referencial durante una Audiencia General del Papa Francisco Imagen referencial durante una Audiencia General del Papa Francisco | Crédito: Vatican Media

La Oficina de Prensa de la Santa Sede ha difundido este 2 de febrero el mensaje del Papa Francisco para la 98 Jornada Mundial de las Misiones, que se celebrará el 20 de octubre de 2024. 

A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco titulado “Vayan e inviten a todos al banquete”:

Queridos hermanos y hermanas: 

Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido el tema de la parábola  evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la  invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: “Salgan a los cruces de los caminos e  inviten a todos los que encuentren” (v. 9). Reflexionando sobre esta palabra clave, en el contexto de  la parábola y de la vida de Jesús, podemos destacar algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan particularmente actuales para todos nosotros, discípulos misioneros de Cristo, en esta fase final del itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema  “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo.  

1. “¡Vayan e inviten!”. La misión como un incansable ir e invitar a la fiesta del Señor Los dos verbos que expresan el núcleo de la misión —“vayan” y “llamen” con el sentido o  significado de “inviten”— están colocados al comienzo del mandato del rey a sus siervos. Respecto al primero, hay que recordar que anteriormente los siervos habían sido ya enviados  a transmitir el mensaje del rey a los invitados (cf. vv. 3-4). Esto nos dice que la misión es un  incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios.  ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de  todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo. Así,  Jesucristo, buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel  y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas (cf. Jn 10,16). Él dijo a los  discípulos, tanto antes como después de su resurrección: “¡Vayan!”, involucrándolos en su misma misión (Lc 10,3; Mc 16,15). Por esto, la Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá  saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para  cumplir fielmente la misión recibida del Señor. 

Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la  llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la  gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa  entrega es la expresión tangible del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus  discípulos: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19). Por eso  continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras  dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra. 

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Y no olvidemos que todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su  propio testimonio evangélico en todos los ambientes, de modo que toda la Iglesia salga  continuamente con su Señor y Maestro a los “cruces de los caminos” del mundo de hoy. Sí, «hoy el  drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo  dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que lo  tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros»  (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el congreso organizado por el  Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 18 febrero 2023). ¡Que todos nosotros, los  bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de  vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo! 

Retomando el mandato del rey a los siervos de la parábola, el ir es inseparable del llamar o,  más precisamente, del invitar: “Vengan a las bodas” (Mt 22,4). Esto deja entrever otro aspecto no  menos importante de la misión confiada por Dios. Como podemos imaginar, esos siervos mensajeros transmitían la invitación del soberano con urgencia, pero también con gran respeto y  amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener  necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia.

Al proclamar al mundo “la belleza del  amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (Exhort. ap. Evangelii  gaudium, 36), los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto  del Espíritu Santo en ellos (cf. Ga 5, 22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con  cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.  

2. Al banquete. La perspectiva escatológica y eucarística de la misión de Cristo y de la Iglesia En la parábola, el rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de  su hijo. Este banquete es reflejo de aquel escatológico, es imagen de la salvación final en el Reino  de Dios, realizada desde ahora con la venida de Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, que nos dio la vida  en abundancia (cf. Jn 10,10), simbolizada por la mesa llena “de manjares suculentos, […] de vinos  añejados”, cuando Dios “destruirá la Muerte para siempre” (Is 25,6-8). 

La misión de Cristo es la de la plenitud de los tiempos, como Él declaró al inicio de su  predicación: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Así, los discípulos  de Cristo están llamados a continuar esta misma misión de su Maestro y Señor. Recordemos al  respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el carácter escatológico del compromiso  misionero de la Iglesia: “El tiempo de la actividad misional discurre entre la primera y la segunda  venida del Señor [...] Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes que venga el  Señor” (Decr. Ad gentes, 9). 

Sabemos que el celo misionero en los primeros cristianos tenía una fuerte dimensión  escatológica. Ellos sentían la urgencia del anuncio del Evangelio. También hoy es importante tener  presente esta perspectiva, porque nos ayuda a evangelizar con la alegría de quien sabe que “el Señor  está cerca” y con la esperanza de quien está orientado a la meta, cuando todos estaremos con Cristo  en su banquete nupcial en el Reino de Dios. Así pues, mientras el mundo propone los distintos  “banquetes” del consumismo, del bienestar egoísta, de la acumulación, del individualismo; el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los  demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad. 

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Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la  Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él. Y así, la invitación al  banquete escatológico, que llevamos a todos a través de la misión evangelizadora, está  intrínsecamente vinculada a la invitación a la mesa eucarística, donde el Señor nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Como enseñaba Benedicto XVI, «en cada Celebración  eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete  eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como “las bodas del cordero” (Ap 19,7-9), que se ha de  celebrar en la alegría de la comunión de los santos» (Exhort. ap. postsin. Sacramentum Caritatis,  31). 

Por eso, todos estamos llamados a vivir más intensamente cada Eucaristía en todas sus  dimensiones, particularmente en la escatológica y misionera. A este propósito, reitero que “no  podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que,  partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres” (Ibíd., 84). La  renovación eucarística, que muchas Iglesias locales han estado promoviendo encomiablemente en el  período post-Covid, será también fundamental para despertar el espíritu misionero en cada fiel.  ¡Con cuánta más fe e impulso del corazón, en cada Misa, deberíamos pronunciar la aclamación: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!”

En esta perspectiva, en el año dedicado a la oración en preparación al Jubileo de 2025, deseo  invitar a todos a intensificar ante todo la participación en la misa y la oración por la misión  evangelizadora de la Iglesia. Ella, en efecto, obediente a la palabra del Salvador, no cesa de elevar a  Dios en cada celebración eucarística y litúrgica la oración del Padrenuestro con la invocación  «venga a nosotros tu reino». Y así la oración diaria y particularmente la Eucaristía hacen de  nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el  banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos. 

3. “Todos”. La misión universal de los discípulos de Cristo y la Iglesia completamente  sinodal-misionera 

La tercera y última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey, «todos».  Como he subrayado, “esto está en el corazón de la misión, ese “todos”, sin excluir a nadie. Todos.  Por tanto, toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia  sí” (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea general de las Obras  Misionales Pontificias, 3 junio 2023).

Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos,  el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse  hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias. Dios quiere que «todos se salven y  lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4). Por eso, no olvidemos nunca, en nuestras  actividades misioneras, que somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, y «no como quien  impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello,  ofrece un banquete deseable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 14). 

Los discípulos-misioneros de Cristo llevan siempre en su corazón la preocupación por todas  las personas de cualquier condición social o incluso moral. La parábola del banquete nos dice que,  siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron “a todos los que encontraron, malos y  buenos” (Mt 22,10). Además, precisamente “los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos” (Lc 14,21), es decir, los últimos y los marginados de la sociedad son los invitados especiales del rey.  Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para  siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. “Dios amó tanto al  mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida  eterna” (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a  participar de su gracia que transforma y salva. Sólo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme  (cf. Mt 22,12).  

La misión universal requiere el compromiso de todos. Por eso es necesario continuar el  camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La  sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal. Por tanto, una estrecha  cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares. Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II y de mis predecesores,  recomiendo a todas las diócesis del mundo el servicio de las Obras Misionales Pontificias, que son  los medios primarios para “infundir en los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente  universal y misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según  las necesidades de cada una” (Decr. Ad gentes, 38).

Por esta razón, las colectas de la Jornada  Mundial de las Misiones, en todas las Iglesias locales, están enteramente destinadas al Fondo  Universal de Solidaridad que la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe distribuye después, en  nombre del Papa, para las necesidades de todas las misiones de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos  guíe y nos ayude a ser una Iglesia más sinodal y más misionera (cf. Homilía del Santo Padre  Francisco Clausura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 29 octubre  2023) 

Por último. dirijamos nuestra mirada a María, que obtuvo de Jesús el primer milagro,  precisamente en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-12). El Señor ofreció a los  esposos y a todos los invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial  que Dios prepara para todos, al final de los tiempos. Supliquemos también hoy su materna  intercesión por la misión evangelizadora de los discípulos de Cristo. Con la alegría y la solicitud de  nuestra Madre, con la fuerza de la ternura y del afecto (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288),  vayamos y llevemos a todos la invitación del Rey Salvador. ¡Santa María, Estrella de la evangelización, ruega por nosotros! 

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