El mismo Jesús que se hizo pobre, que nació en un establo entre animales y campesinos, que creció entre trabajadores y se ganó el pan con sus manos, que se rodeó de multitudes de desposeídos, se identificó con ellos, los puso en el centro de su corazón, les anunció la Buena Noticia primero, les prometió el Reino de los Cielos y nos envió a todos, discípulos misioneros, a darles de comer, a distribuir con justicia los bienes con ellos, a defender su causa a punto tal de indicarnos con claridad que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s).
Es un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo, porque además acá se juega nuestra salvación. Por eso, el Papa no puede dejar de poner a los pobres en el centro. No es política, no es sociología, no es ideología, es pura y simplemente la exigencia del Evangelio.
Las derivaciones prácticas que este principio innegociable tenga para cada contexto, sociedad, persona e institución -en los organismos internacionales y gobiernos, en los sindicatos y movimientos populares, en las empresas e instituciones financieras, en los políticos, jueces y medios de comunicación- pueden y deben variar, pero de lo que nadie puede evadirse o excusarse es de la deuda de amor que tiene todo cristiano -y me atrevo a decir, todo ser humano- con los pobres.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy: