2 monjas carmelitas buscan recuperar el origen ermitaño de la Orden en España

La Madre Ana María y la hermana Raquel, carmelitas ermitañas, junto a una joven postulante. La Madre Ana María y la hermana Raquel, carmelitas ermitañas, junto a una joven postulante. | Crédito: Carmelitas ermitañas

La Madre Ana María y la Hermana Raquel forman una pequeña comunidad carmelita que busca un lugar donde poder vivir en plenitud su vocación más cercana a los orígenes eremíticos de la Orden en el monte Carmelo, hoy rodeado por la ciudad de Haifa en Tierra Santa.

Ambas ingresaron como carmelitas descalzas en Ávila (España) al poco de alcanzar la mayoría de edad. Hoy, la Madre Ana María, nacida en Madrid, tiene 54 y la Hermana Raquel, toledana, 30. Ambas forman una comunidad carmelita ermitaña que cuenta desde hace tres años con la aprobación canónica pertinente. 

“Si Dios quiere, va a entrar otra después de Navidad”, relata al otro lado del teléfono la Hermana Raquel, que atiende la llamada de ACI Prensa en el estricto horario de uso del teléfono. 

Ambas llevaban “mucho tiempo discerniendo esto” y cinco años atrás comenzaron esta andadura en Ávila, donde la Diócesis les proporcionó un lugar provisional para fundar la nueva comunidad. 

“Tenemos un carisma totalmente carmelitano, pero con un marcado carácter eremítico, es decir, más tiempo de celda, de silencio, de soledad dentro del convento”, detalla la hermana.

Sin embargo, allí no era posible encontrar las condiciones necesarias, entre otras razones, “porque en Ávila hay pocos sacerdotes” y no las podían atender de manera óptima. Así, preguntaron en la Archidiócesis de Toledo, donde les han cedido temporalmente la casa parroquial de Consuegra. 

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El espacio, pese a ser amplio, “está en mitad del pueblo y no tiene huerta ni nada. Hay mucho ruido, estamos rodeados de vecinos y claro, no es lo adecuado para nosotras”, añade. 

La búsqueda del lugar donde asentar la nueva comunidad es complicada, porque la mayoría de los monasterios vacíos están en el centro de las ciudades y, además, se venden por un precio bastante elevado.

A eso se suma que se trata de una comunidad casi desconocida: “Apenas nos conoce nadie, no tenemos bienhechores, ni ayuda. Algunos sacerdotes nos apoyan”. También algunos grupos, como la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad. 

Más allá del proyecto de encontrar un monasterio eremitorio, está la cuestión de su propio mantenimiento. Ambas realizan algunas labores como ornamentos litúrgicos, casullas y purificadores, pero de manera casual, no organizado como un negocio. Por eso, piden donativos a través de su sitio web.

Las Carmelitas Ermitañas buscan un lugar donde poder vivir en plenitud su vocación. Crédito: Carmelitas ermitañas.
Las Carmelitas Ermitañas buscan un lugar donde poder vivir en plenitud su vocación. Crédito: Carmelitas ermitañas.

Un silencio más radical

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¿Qué esperan encontrar estas dos religiosas en la vida eremítica? La Hermana Raquel detalla que “la vida contemplativa está dedicada sobre todo al cultivo de la vida interior, que tanta falta hace. Primero, por la salvación de uno mismo y, luego, también por amor a la Iglesia”. 

En un momento en el que “vemos que la Iglesia sufre tantas cosas y que estamos muy mal en muchos aspectos, una de las maneras más eficientes de aportar nuestro granito de arena es la propia santificación”, enfatiza. 

“Entonces —prosigue— qué mejor manera que dedicarse de modo radical y con todo el empeño posible a la propia santificación para dar esa flor a la Iglesia, ¿no?”. 

Para la Hermana Raquel, la vida eremítica supone “un plus dentro de la vida contemplativa. Es un silencio más radical, un apartamiento del mundo más radical” que incluye, por ejemplo, acortar el tiempo de las visitas.

Se trata, en última instancia, de “recuperar el carisma primigenio, originario del Carmelo, que a veces se ha desahogado un poco. Es el espíritu eremítico de San Elías y de los primeros padres”, asevera la Hermana Raquel. 

Una puerta abierta al mundo

El horario de su comunidad no es el del mundo. 

El despertar es a las 5:00 a.m. Luego se dedican las horas a la oración y el estudio. La Santa Misa es a las 9:00 a.m. Sigue un tiempo para el trabajo, más oración y lectura espiritual. El almuerzo está fijado a las 13;00 y, tras un breve descanso, se vuelve a las labores y se medita la Lectio Divina. Tras el rezo de Vísperas, otro rato más de meditación antes de la cena a las 19:30. Entonces disfrutan de 30 minutos de recreación antes de rezar Completas a las 21:00 y dormir.

Pese a este rigor y a su apartamiento del mundo, la comunidad quisiera encontrar una ubicación ideal en la que puedan también dejar una puerta abierta al mundo. 

“Tenemos intención, si encontramos el lugar adecuado, de ofrecer a chicas jóvenes una experiencia más cercana de la vida contemplativa”, explica la Hermana Raquel. Pero no sólo, aunque también, dirigido a las vocaciones, sino para “poder formar a chicas sobre la preciosidad de la vida monástica” o el cultivo del canto gregoriano. 

Esa puerta también está entreabierta a través de un blog, en el cual han comenzado a publicar algunas reflexiones y a proponer ejemplos de entrega como el de la joven navarra Corpus Solá y Valencia, quien en 1943 dio su vida por guardar su virginidad en la ciudad de Olite.

“A muchas chicas jóvenes no se les habla de estos temas, de entregar la juventud a Dios, etc. Nosotras, que vivimos apartadas, no tenemos ningún tipo de apostolado ni podemos hablar a la gente, ni catequizar, y se nos ocurrió escribir estas entradas”, explica.

Recuperar la vida monástica

Preguntada por la dificultad del discernimiento vocacional para la juventud, la hermana responde sin titubeos: “Es más fácil de lo que parece. Hay chicas que le dan demasiadas vueltas. La vocación no es más que una decisión firme de seguir a Cristo radicalmente. Nadie debe esperar algo místico ni nada sobrenatural. Es simplemente una decisión firme”. 

Antes de concluir la conversación, añade: “Hay que recuperar la vida monástica porque es crucial en estos momentos. Es una de las maneras más eficaces que ha puesto la Iglesia para la salvación de las almas y para su florecimiento”. 

“Por amor a la Iglesia y por amor a las almas, entregar la vida a Dios es lo mejor que se le puede ofrecer al Señor”, concluye. 

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