No podemos subvertir la Tradición de la Iglesia para complacer al mundo, asegura Cardenal

Cardenal Agostino Marchetto Cardenal Agostino Marchetto | Crédito: Daniel Ibáñez (ACI)

El Sínodo de la Sinodalidad convocado por el Papa Francisco ha vuelto a poner en primer plano el enfrentamiento entre corrientes internas de la Iglesia en disputa desde el Concilio Vaticano II.

Las acusaciones de manipulación en nombre de una agenda mundana, por un lado, y las presiones para la ordenación de mujeres, el fin del celibato sacerdotal obligatorio y la alteración de la moral sexual católica para aceptar la homosexualidad salieron a la luz nada más comenzar la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos, a principios de octubre.

"Ciertamente no podemos ignorar al mundo y por eso es un error atrincherarnos en el pasado. Sin embargo, nunca debemos olvidar que estamos en el mundo, pero no somos del mundo", expresó el Cardenal Agostino Marchetto a ACI Digital —agencia en portugués del Grupo ACI—. "No podemos subvertir la Tradición doctrinal y moral de la Iglesia para complacer al mundo. Miramos la Cruz de Cristo, gloriosa sí, pero Cruz al fin y al cabo", añadió.

Creado Cardenal por el Papa Francisco el pasado 30 de septiembre, el purpurado italiano es, según el propio Santo Padre, "el mejor intérprete del Concilio Vaticano II". Para el cardenal, "es necesario reforzar el diálogo interno en la Iglesia entre las distintas posiciones, entre quienes exaltan la fidelidad exclusiva a la Tradición y quienes, por el contrario, pretenden adaptarse al mundo".

ACI Digital: Algunos ven en el Sínodo de la Sinodalidad una oportunidad para aplicar finalmente las decisiones del Concilio Vaticano II, especialmente sobre la colegialidad en la Iglesia, que habría quedado en suspenso durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Cómo ve el papel del Sínodo a la luz de la hermenéutica del Concilio Vaticano II en continuidad con la Tradición de la Iglesia?

Cardenal Marchetto: El juicio sobre la suspensión del ejercicio del ministerio colegial en la Iglesia se desmonta fácilmente si pensamos en todos los Sínodos de Obispos celebrados durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. En su famoso discurso del 22 de diciembre de 2005 a la Curia Romana, el Papa Benedicto XVI señaló que, de hecho, el Concilio Vaticano II representaba la continuidad y no la discontinuidad con la Tradición católica. Y todos los Pontífices  conciliares y postconciliares se han hecho eco de ello. 

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En cuanto a los dos polos de continuidad y discontinuidad, prefiero ir más allá, señalando que la primera alternativa planteada por el Papa Benedicto XVI es entre la ruptura en la discontinuidad y la reforma-renovación en la continuidad de la Iglesia como sujeto único. Es precisamente esta combinación de continuidad y discontinuidad, pero no de ruptura, a distintos niveles, lo que constituye la verdadera naturaleza de una auténtica reforma. 

La continuidad se refiere entonces a la Tradición con mayúscula, que, junto con la Sagrada Escritura y el Magisterio, forman el "genio" del catolicismo, como dijo [el teólogo] protestante {Oscar] Cullmann. La fidelidad en este sentido es una fuente de fecundidad que se renueva, teniendo en cuenta los signos de los tiempos, el hoy de Dios, el tiempo en que vivimos, el "Sitz im Leben" (la posición en la vida). Yo, por tanto, veo el actual Sínodo desde esta perspectiva.

ACI Digital: Importantes personalidades de la Iglesia que participan en el Sínodo han defendido la idea de una moral menos basada en las leyes y la verdad y más en la pastoral, con seguimiento y discernimiento de cada caso en particular. También es común escuchar la idea de que las ciencias humanas tienen ahora una contribución más importante que hacer a la comprensión de la sexualidad humana que, por ejemplo, la teología clásica, o simplemente la teología. Estas ideas se hacen eco de una interpretación del Vaticano II según la cual allí se superó la hegemonía de la “teología”, entendida como un aislamiento de la dimensión de la doctrina y de su conceptualización abstracta, así como la del “juridicismo” en la moral. ¿Es ésta una posición fuerte entre los participantes en el Sínodo?

Cardenal Marchetto: Creo que quien me lee está convencido de la importancia del Concilio Vaticano II y de su valor doctrinal, espiritual y pastoral, tanto que podemos decir que es un "icono" de la propia Iglesia Católica, es decir, de lo que de manera especial el catolicismo es constitutivamente: comunión. Comunión también con el pasado, con los orígenes, identidad en la evolución, fidelidad en la renovación.

Lo que fue una posición extrema en el Concilio Vaticano II, en su llamada "mayoría", cada vez más deseosa de imponer su propio punto de vista, sorda a las "llamadas" y a la labor de "costura" de Pablo VI, ha conseguido, después del Concilio, monopolizar, al menos durante cierto tiempo, la interpretación del "acontecimiento", rechazando cualquier interpretación diferente como anticonciliar.

Pero para responder correctamente, volvamos al pensamiento inicial, aquel que considera a la Iglesia, como cualquier organismo vivo, en continuo crecimiento, interna y externamente, permaneciendo ella misma. Ahora bien, tal desarrollo implica ciertamente múltiples problemas, que conciernen a la doctrina, al culto, a la moral, a la disciplina y al apostolado. Generalmente —como sabemos— su solución la proporciona el magisterio (enseñanza) ordinario de los Pastores, asistidos por teólogos unidos a todo el Pueblo de Dios, en comunión con él. A veces, sin embargo, la complejidad del asunto o la gravedad de las circunstancias históricas aconsejan intervenciones extraordinarias. 

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Entre éstas hay que considerar los Concilios, que promueven, en fidelidad a la Tradición, el desarrollo doctrinal, las reformas litúrgicas y disciplinares y las opciones apostólicas, teniendo en cuenta también las necesidades de los tiempos (los famosos "signos de los tiempos", que no constituyen una nueva Revelación). Los Sínodos aparecen, desde esta perspectiva, como hitos en el camino de la Iglesia a través de la historia. 

Pues bien, ahora surge la idea de que la sinodalidad no es sólo la expresión de un acontecimiento episódico en la vida de la Iglesia, sino que la impregna toda, transformándola en sinodalidad, pidiendo al Pueblo de Dios "caminar juntos", en consenso sinodal como expresión de lo "católico", para nosotros la "encarnación" de la combinación entre Tradición y renovación tal como se dio en el Gran Sínodo Vaticano [como Marchetto llama al Concilio Vaticano II].

Permanece el alma de la verdad de la oportunidad y la importancia del consenso, como forma correcta de proceder conciliar y sinodalmente. Su ausencia o incapacidad es, de hecho, algo que se paga caro, como enseña la historia. De hecho, el ejemplo de muchos Concilios importantes —desde el de Calcedonia hasta el Vaticano II, pasando por el de Trento— que trabajaron laboriosamente para alcanzar el consenso es un testimonio de su gran importancia y de su carácter de signo, sobre todo en el sentido de que la verdad no se decide por votación, sino que se atestigua por consenso. 

No creo que haya muchos en este Sínodo que se adhieran conscientemente a una visión tan distorsionada del Gran Sínodo, como siempre he llamado al Concilio Vaticano II, o del que está en curso. Si el Espíritu Santo habla, estoy tranquilo, sobre todo porque es el Papa Francisco, sucesor de Pedro, quien tiene las llaves.

ACI Digital: ¿Y cuál es el camino para alcanzar el consenso católico?

Cardenal Marchetto: Conocedor de las riquezas y contradicciones de la cultura moderna, de las aspiraciones, esperanzas, alegrías y tristezas, de las decepciones y dificultades del hombre contemporáneo, Pablo VI, siguiendo el impulso interior de la caridad, trató de sumergirse en ellas. Fue un asiduo evangelizador y promotor del diálogo con todos los hombres de buena voluntad: con los cristianos separados, con los no cristianos, con los no creyentes. 

"La Iglesia debe dialogar con el mundo en el que vive; la Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace conversación", testimoniaba Pablo VI. Más adelante afirmó expresamente: "Nos corresponde especialmente a nosotros, pastores de la Iglesia, buscar con audacia y sabiduría, en plena fidelidad a su contenido, los modos más apropiados y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo".

Este es el diálogo de la salvación, que encuentra su origen trascendente en la intención misma de Dios y tiene como características la claridad, la mansedumbre, la confianza y la prudencia. "En el diálogo, así conducido, se realiza la unión de la verdad con la caridad, la inteligencia y el amor". 

Pablo VI afirmó con fuerza que el diálogo debe permanecer inmune al relativismo, que socava la doctrina inmutable de la fe y de la moral: "La preocupación por acercarnos a nuestros hermanos y hermanas no debe traducirse en una atenuación, en una disminución de la verdad"; "nuestro diálogo no puede ser una debilidad frente al compromiso con nuestra fe"; "no podemos comprometer los principios teóricos y prácticos de nuestra profesión cristiana". 

Cualquiera que nos lea puede percibir los vínculos que existen aquí, hablando de la sinodalidad, con el Vaticano II, con sus avances, con la primacía, con la colegialidad, con la búsqueda del diálogo en el seno de la Iglesia Católica, con lo que proporciona consensos constantes y fervientes, con el deseo continuamente renovado y cumplido de que la renovación y la Tradición dialoguen entre sí, y de que exista una conexión entre lo antiguo y lo nuevo, entre la sinodalidad, la colegialidad y el primado [del Papa]. 

El Vaticano II se vio a sí mismo sancionando el desarrollo teológico que se había producido y traduciéndolo en acción pastoral, en respuesta a las necesidades de los tiempos, en continuidad con la doctrina. Y ahora esta empresa sinodal, que he intentado presentar en su contexto.

ACI Digital: ¿Qué podemos esperar del Sínodo en el "camino del consenso y del diálogo para conjugar tradición y renovación", como ya lo definió el Concilio Vaticano II?

Cardenal Marchetto: El Concilio no fue una ruptura en la historia, sino una renovación en la continuidad de la única Iglesia Católica. Todos los Papas aceptaron esta interpretación. Sin embargo, nosotros los católicos, como parece a menudo, nos enfrentamos fácilmente unos contra otros a este respecto, y eso no está bien, no es cristiano. En cambio, es necesario reforzar el diálogo interno en la Iglesia entre las distintas posturas, entre quienes exaltan la fidelidad exclusiva a la Tradición y quienes, por el contrario, pretenden adaptarse al mundo.

Ciertamente no podemos ignorar al mundo —y por eso es un error atrincherarnos en el pasado—, pero nunca debemos olvidar que estamos en el mundo y no somos del mundo. Ciertamente no podemos subvertir la Tradición doctrinal y moral de la Iglesia para complacer al mundo. Miramos la Cruz de Cristo, gloriosa sí, pero Cruz al fin y al cabo.


Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Originalmente publicado en ACI Digital.

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