Obispo trapense advierte: No hay sinodalidad sin la meta de la santidad

Mons. Erik Varden Mons. Erik Varden. | Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa.

En medio del Sínodo de la Sinodalidad, el Obispo de la Prelatura territorial de Trondheim (Noruega), Mons. Erik Varden, de 49 años, ofrece una profunda reflexión teológica sobre la relación entre sinodalidad y santidad.

En un ensayo, publicado en la revista First Things, presenta una advertencia oportuna sobre que las discusiones eclesiales no pueden realizarse a expensas de la santidad espiritual, sino que deben estar ordenadas hacia ella.

Al aclarar el concepto real de sinodalidad y sus raíces bíblicas e históricas, el Prelado de Trondheim, la antigua capital vikinga de Noruega, vuelve a poner la santificación en primer plano: hace un llamado a que la santidad siga siendo el objetivo último de cada discurso eclesial, incluso si ese discurso tiene lugar en un encuentro lleno de conversaciones sobre el camino y el discernimiento.

El Sínodo, que actualmente se encuentra en su última semana de la sesión de este año, y tiene prevista una nueva sesión en octubre de 2024, ha sido objeto de muchas discusiones e interpretaciones.

Sin embargo, Mons. Varden profundiza en las raíces bíblicas de la sinodalidad y su conexión intrínseca con la búsqueda de la santidad, e incluso con el martirio, advirtiendo contra la reducción del propósito de Dios a simples medidas humanas.

El parloteo sin rumbo es para perdedores

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El obispo y monje trapense comienza reconociendo que el término "sinodalidad" se ha utilizado con tanta frecuencia que parece aplicarse a todo. Sin embargo, señala: "Estamos colectivamente afectados por la logorrea (ndr: habla incesante y excesiva), propensos a la falta de atención y sordera selectiva, incluso dentro de la Iglesia, en el discurso sinodal. Todos tienen algo que decir. Todos esperan ser escuchados. Pero, ¿estamos dispuestos a escuchar lo que el Señor nos dice y luego a obedecer firmes en la fe, fuertes en la resolución, libre y confiadamente?".

El Prelado explora además el concepto de sinodalidad primero en el Antiguo Testamento, enfatizando que es un viaje compartido, un “camino seguido en comunidad”. Advierte luego contra el deambular sin rumbo, afirmando: “San Benito considera que el tipo de circularidad, el giróvago (ndr: monje que va de uno a otro monasterio sin establecerse), es el perdedor final”.

El Concilio y el testigo

El monje trapense noruego aborda luego el Nuevo Testamento, centrándose en la historia de Nicodemo como un ejemplo de verdadera discipulado y búsqueda de la santidad.

Mons. Varden sostiene que Nicodemo encarna lo que significa ser fiel incluso en la oscuridad del Viernes Santo, y afirma: "Contemplando al Cristo crucificado y sepultado, tuvo la sabiduría de reconocer en la desolación algo sublime, una revelación gloriosa y divina. Así se convirtió en un testigo autorizado de la victoria del Crucificado. En verdad, esta es una actitud que la Iglesia necesita ahora”.

La reflexión del Prelado apunta hacia una visión específica del Sínodo y de otros encuentros eclesiales anteriores, y analiza la conexión entre santidad y martirio haciendo referencia a Lumen gentium, la constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II.

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Mons. Varden subraya que el martirio es un “don excepcional” y sirve como la “prueba más plena del amor”. En el martirio, un discípulo se transforma en imagen de Cristo al aceptar libremente la muerte para la salvación del mundo. El Obispo enfatiza que todos los cristianos deben estar preparados para enfrentar el martirio, especialmente en tiempos de persecución, y lo resalta como la máxima expresión de la santidad cristiana, un compromiso para el que todo cristiano debe estar preparado.

Sinodalidad impregnada con el dulce perfume de Cristo Jesús

Mons. Varden advierte contra una comprensión superficial de la sinodalidad que no se alinea con la voluntad divina, y señala: “La sinodalidad que nos lleva en esta dirección, configurándonos con nuestro Señor crucificado y resucitado, es vivificante, impregnada del dulce perfume de Cristo Jesús (cf. 2Cor 2,15). Por el contrario, la sinodalidad que nos encierra en deseos y predicciones limitadas, reduciendo el propósito de Dios a nuestra medida, debe ser tratada con gran cautela”.

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