Esta comunidad tiene una historia conmovedora. Surgió, por gracia de Dios, del celo apostólico –sobre el que estamos reflexionando en este periodo– de algunos misioneros que, apasionados por el Evangelio, hace unos treinta años, fueron a ese país que no conocían. Aprendieron la lengua y, aun viniendo de naciones diferentes, dieron vida a una comunidad unida y verdaderamente católica. De hecho este es el sentido de la palabra “católico”, que significa “universal”. Pero no se trata de una universalidad que homologa, sino de una universalidad que se incultura. Esta es la catolicidad: una universalidad encarnada, que acoge el bien ahí donde vive y sirve a la gente con la que vive. Es así cómo vive la Iglesia: testimoniando el amor de Jesús con mansedumbre, con la vida antes que con las palabras, feliz por sus verdaderas riquezas: el servicio del Señor y de los hermanos.
Así nació esa joven Iglesia: a raíz de la caridad, que es el mejor testimonio de la fe. Al final de mi visita tuve la alegría de bendecir e inaugurar la “Casa de la misericordia”, primera obra caritativa surgida en Mongolia como expresión de todos los componentes de la Iglesia local. Una casa que es la tarjeta de visita de esos cristianos, pero que recuerda a cada una de nuestras comunidades ser casa de la misericordia: lugar abierto y acogedor, donde las miserias de cada una puedan entrar sin vergüenza en contacto con la misericordia de Dios que levanta y sana. Este es el testimonio de la Iglesia mongola, con misioneros de varios países que se sienten una sola cosa con el pueblo, felices de servirlo y de descubrir las bellezas que ya hay. Porque estos misioneros no fueron allí para hacer proselitismo. Esto no es evangélico. Ellos fueron allí a vivir como el pueblo mongol, a hablar la lengua de esta gente, a tomar los valores de este pueblo, a predicar el Evangelio en estilo mongol con las palabras mongolas, fueron allí y se "inculturizaron". Tomaron la cultura mongola para anunciar el Evangelio en esa cultura.
He podido descubrir un poco de esta belleza, también conociendo algunas personas, escuchando sus historias, apreciando su búsqueda religiosa. En este sentido, estoy agradecido por el encuentro interreligioso y ecuménico del domingo. Mongolia tiene una gran tradición budista, con muchas personas que en el silencio viven su religiosidad de forma sincera y radical, a través del altruismo y la lucha a las propias pasiones. Pensemos en cuántas semillas de bien, desde lo escondido, hacen brotar el jardín del mundo, ¡mientras habitualmente escuchamos hablar sólo del ruido de los árboles que caen! A la gente, también a nosotros nos gusta el escándalo: ‘¡Mira, ha caído un árbol, el ruido que hizo!’ ¿Y no ves la foresta que crece todos los días?’ Porque el crecimiento es silencioso.