Con esta Jornada Mundial de la Juventud, Dios ha dado un "empujón" en sentido contrario: esta ha marcado un nuevo inicio de la gran peregrinación de los jóvenes a través de los continentes, en nombre de Jesucristo. Y no es casualidad que haya sido en Lisboa, ciudad que se asoma al océano, ciudad símbolo de las grandes exploraciones por mar.
Y entonces en la JMJ el Evangelio propuso a los jóvenes el modelo de la Virgen María. En su momento más crítico, María no se encierra en sí misma, sino que movida por Dios-Amor "se levantó y partió sin demora" (Lc 1,39). A mi me gusta mucho invocar a la Virgen con esta realidad, la Virgen apresurada, que siempre hace las cosas por nosotros "apresurada", nunca nos hace esperar, Ella es la madre de todos.
Así María todavía hoy, en el tercer milenio, guía la peregrinación de los jóvenes tras las huellas de Jesús. Como hizo hace un siglo precisamente en Portugal, en Fátima, cuando se dirigió a tres niños encomendándoles un mensaje de fe y de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Por esto, durante la JMJ, volví a Fátima, lugar de las apariciones, y junto a algunos jóvenes enfermos recé para que Dios sane al mundo de las enfermedades del alma: la soberbia, la mentira, la enemistad, la violencia, son enfermedades del alma y el mundo está enfermo con estas enfermedades. Y hemos renovado nuestra consagración, de Europa, del mundo al Corazón Inmaculado de María, he rezado por la paz, porque hay tantas guerras en el mundo, tantas.