Quisiera detenerme, sin embargo, en un aspecto de esta mundanidad. Ésta, cuando entra en el corazón de los pastores, adopta una forma específica, la del clericalismo. Perdonad que lo repita, pero como sacerdotes creo que me entendéis, porque también vosotros compartís lo que creéis de corazón, según ese fino rasgo típicamente romano (¡romanesco!) por el que la sinceridad de los labios sale del corazón, ¡y sabe a corazón! Y yo, como anciano y de corazón, tengo ganas de decirte que me preocupa cuando volvemos a caer en las formas del clericalismo; cuando, quizá sin darnos cuenta, mostramos a la gente que somos superiores, privilegiados, colocados "por encima" y, por tanto, separados del resto del pueblo santo de Dios. Como me escribió una vez un buen sacerdote, 'el clericalismo es un síntoma de una vida sacerdotal y laical tentada de vivir en el papel y no en el vínculo real con Dios y los hermanos'. En definitiva, denota una enfermedad que nos hace perder la memoria del Bautismo que hemos recibido, dejando en segundo plano nuestra pertenencia al mismo Pueblo Santo y llevándonos a vivir la autoridad en las diversas formas de poder, sin darnos cuenta de la duplicidad, sin humildad pero con actitudes desprendidas y altivas.
Para sacudirnos de esta tentación, nos hace bien escuchar lo que el profeta Ezequiel dice a los pastores: "Os alimentáis de leche, os vestís de lana, matáis las ovejas más gordas, pero no pastoreáis el rebaño. No fortalecisteis a la oveja débil, no curasteis a la enferma, no vendasteis a la herida, no trajisteis de vuelta a la perdida. No has ido en busca de la perdida, sino que la has descarriado con crueldad y violencia" (34,3-4). Habla de "leche" y de "lana", de lo que alimenta y calienta; el riesgo que la Palabra nos pone delante es, por tanto, el de alimentarnos a nosotros mismos y a nuestros intereses, cubriéndonos con una vida cómoda.
Ciertamente -como afirma San Agustín- el pastor también debe vivir del sustento que le ofrece la leche de su rebaño; pero el Obispo de Hipona comenta: "Que tomen leche de las ovejas y las mantengan en su penuria. Sin embargo, que no descuiden la debilidad de las ovejas, es decir, que en su actividad no busquen, por así decirlo, su propio provecho dando la impresión de que anuncian el Evangelio para ganarse la vida, sino que dispensen a los demás la luz de la palabra de verdad que los ilumina" (Discurso sobre los pastores, 46.5).
Del mismo modo, Agustín habla de la lana asociándola a los honores: ella, que cubre a la oveja, puede hacernos pensar en todo aquello con lo que podemos adornarnos exteriormente, buscando la alabanza de los hombres, el prestigio, la fama, la riqueza. El gran padre latino escribe: "Quien ofrece lana rinde honores". Estas son las dos ventajas que buscan de la gente los pastores que se pastorean a sí mismos y no a las ovejas: recursos para proveer a sus propias necesidades y una consideración especial consistente en honores y alabanzas" (ibid., 46.6). Cuando sólo nos preocupamos de la leche, pensamos en nuestro provecho personal; cuando buscamos obsesivamente la lana, pensamos en cuidar nuestra imagen y aumentar nuestro éxito. Y así perdemos el espíritu sacerdotal, el celo por el servicio, el anhelo por el cuidado de la gente, y acabamos razonando según la necedad mundana: "¿A mí qué me importa? Que cada uno haga lo que quiera; mi sustento está asegurado, y mi honor también. Tengo leche y lana suficientes. Que cada uno vaya donde quiera" (ibíd., 46:7).