Domingo 3 de diciembre

Evangelio según San Lucas, capítulo 21, versículos del 25 al 28; 34 al 36


25 "Y habrá señales en el sol, la luna y las estrellas y, sobre la tierra, ansiedad de las naciones, a causa de la confusión por el ruido del mar y la agitación (de sus olas). 26 Los hombres desfallecerán de espanto, a causa de la expectación de lo que ha de suceder en el mundo, porque las potencias de los cielos serán conmovidas. 27 Entonces es cuando verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con gran poder y grande gloria. 28 Mas cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca". 34 Mirad por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones se carguen de glotonería y embriaguez, y con cuidados de esta vida, y que ese día no caiga sobre vosotros de improviso, 35 como una red; porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra entera. 36 Velad, pues, y no ceséis de rogar para que podáis escapar a todas estas cosas que han de suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre".

Comentario

28. Esta recomendación del divino Salvador, añadida a sus insistentes exhortaciones a la vigilancia (cf. Marc. 13, 37), muestra que la prudencia cristiana no está en desentenderse de estos grandes misterios (I Tes. 5, 20), sino en prestar la debida atención a las señales que El bondadosamente nos anticipa, tanto más cuanto que el supremo acontecimiento puede sorprendernos en un instante, menos previsible que el momento de la muerte (v. 34). "Vuestra redención": así llama Jesús al ansiado día de la resurrección corporal, en que se consumará la plenitud de nuestro destino. Cf. Mat. 25, 34; Filip. 3, 20 s.; Apoc. 6, 10 s. San Pablo la llama la redención de nuestros cuerpos (Rom. 8, 23). Cf. II Cor. 5, 1 ss.; Ef. 1, 10 y notas.

34. Lo único que sabemos acerca de la fecha del "último día", es que vendrá de improviso. (Mat. 24, 39; I Tes. 5, 2 y 4; II Pedro 3, 10). Por lo cual los cálculos de la ciencia acerca de la catástrofe universal valen tan poco con ciertas profecías particulares. Velad, pues, orando en todo tiempo (v. 36).

Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios


PÁGINA PRINCIPAL