ACI Digital
Evangelio para cada día
Domingo 26 de marzo
Evangelio según San Juan, capítulo 2, versículos del 13 al 25
13 La Pascua de los judíos estaba próxima, y Jesús subió a Jerusalén. 14 En el Templo encontró a los mercaderes de bueyes, de ovejas y de palomas, y a los cambistas sentados (a sus mesas). 15 Y haciendo un azote de cuerdas, arrojó del Templo a todos, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. 16Y a los vendedores de palomas les dijo: "Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre un mercado". 17 Y sus discípulos se acordaron de que está escrito: "El celo de tu Casa me devora". 18 Entonces los judíos le dijeron: "¿Qué señal nos muestras, ya que haces estas cosas?" 19 Jesús les respondió: "Destruid este Templo, y en tres días Yo lo volveré a levantar". 20 Replicáronle los judíos: "Se han empleado cuarenta y seis años en edificar este Templo, ¿y Tú, en tres días lo volverás a levantar?" 21 Pero El hablaba del Templo de su cuerpo. 22 Y cuando hubo resucitado de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron a la Escritura y a la palabra que Jesús había dicho.
23 Mientras Él estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los milagros que hacía. 24 Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque a todos los conocía, 25 y no necesitaba de informes acerca del hombre, conociendo por sí mismo lo que hay en el hombre.
Comentario
14. Estos mercaderes que profanaban la santidad del Templo, tenían sus puestos en el atrio de los gentiles. Los cambistas trocaban las monedas corrientes por la moneda sagrada, con la que se pagaba el tributo del Templo. Cf. Mat. 21, 12 s.; Marc. 11, 15 ss.; Luc. 19, 45 ss.
16. El Evangelio es eterno, y no menos para nosotros que para aquel tiempo. Cuidemos, pues, de no repetir hoy este mercado, cambiando simplemente las palomas por velas o imágenes.
17. Cf. S. 68, 10; Mal. 3, 1 - 3.
18. A los ojos de los sacerdotes y jefes del Templo, Jesús carecía de autoridad para obrar como lo hizo. Sin embargo, con un ademán se impuso a ellos, y esto mismo fue una muestra de su divino poder, como observa S. Jerónimo.
19. Véase Mat. 26, 61: El ha dicho: "Yo puedo demoler el templo de Dios, y en el espacio de tres días reedificarlo".
24. Lección fundamental de doctrina y de vida. Cuando aun no estamos familiarizados con el lenguaje del divino Maestro y de la Biblia en general, sorprende hallar constantemente cierto pesimismo, que parece excesivo, sobre la maldad del hombre. Porque pensamos que han de ser muy raras las personas que obran por amor al mal. Nuestra sorpresa viene de ignorar el inmenso alcance que tiene el primero de los dogmas bíblicos: el pecado original. La Iglesia lo ha definido en términos clarísimos (Denz. 174 - 200). Nuestra formación, con mezcla de humanismo orgulloso y de sentimentalismo materialista, nos lleva a confundir el orden natural con el sobrenatural, y a pensar que es caritativo creer en la bondad del hombre, siendo así que en tal creencia consiste la herejía pelagiana, que es la misma de Jean Jacques Rousseau, origen de tantos males contemporáneos. No es que el hombre se levante cada día pensando en hacer el mal por puro gusto. Es que el hombre, no sólo está naturalmente entregado a su propia inclinación depravada (que no se borró con el Bautismo), sino que está rodeado por el mundo enemigo del Evangelio, y expuesto además a la influencia del Maligno, que lo engaña y le mueve al mal con apariencia de bien. Es el "misterio de la iniquidad", que S. Pablo explica en II Tes. 2, 6. De ahí que todos necesitemos nacer de nuevo (3, 3 ss.) y renovarnos constantemente en el espíritu por el contacto con la divina Persona del único Salvador, Jesús, mediante el don que El nos hace de su Palabra y de su Cuerpo y su Sangre redentora. De ahí la necesidad constante de vigilar y orar para no entrar en tentación, pues apenas entrados, somos vencidos. Jesús nos da así una lección de inmenso valor para el saludable conocimiento y desconfianza de nosotros mismos y de los demás, y muestra los abismos de la humana ceguera e iniquidad, que son enigmas impenetrables para pensadores y sociólogos de nuestros días y que en el Evangelio están explicados con claridad transparente. Al que ha entendido esto, la humildad se le hace luminosa, deseable y fácil. Véase el Magnificat (Luc. 1, 46 ss.) y el S. 50 y notas.
Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios

