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Homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa celebrada en la Plaza del Pesebre (Belén)
22 de Marzo del 2000
(traducida por ACI Digital)

"Nos ha nacido un niño, se nos ha dado un Hijo.y su nombre será llamado Consejero Maravilloso, Dios Todopoderoso.Príncipe de Paz".

Su Beatitud, Hermanos Obispos y Sacerdotes,
Queridos Hermanos y Hermanas,

1. Las palabras del Profeta Isaías prefiguran la venida del Salvador al mundo. Y fue aquí en Belén que la gran promesa fue cumplida. Por dos mil años, generaciones y generaciones de cristianos han pronunciado el nombre de Belén con profunda emoción y alegre gratitud. Como los pastores y los sabios, tenemos que venir a encontrar al Niño también, "envuelto en pañales, y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). Como muchos peregrinos que vinieron antes que nosotros, nos ponemos de rodillas maravillados y en adoración ante aquél inefable misterio que fue realizado en este lugar.

En la primera Navidad de mi ministerio como Sucesor del Apóstol Pedro mencioné públicamente mi gran deseo de celebrar el comienzo de mi Pontificado en Belén en la cueva de la Natividad (cf. Homilía de Misa de Medianoche, 24 de Diciembre de 1978, No. 3). Esto no fue posible en esa oportunidad; y no ha sido posible hasta hoy. Pero hoy, ¿cómo puedo no alabar a Dios por sus misericordias, cuyos caminos son misteriosos y cuyo amor no conoce límites, por traerme, en este año del Gran Jubileo, al lugar del nacimiento del Salvador? Belén es el corazón de mi Peregrinaje Jubilar. Los caminos que he tomado me han conducido a este lugar y al misterio que él proclama.

Agradezco al Patriarca Michel Sabbah por sus amables palabras de bienvenida y cordialmente abrazo a todos los miembros de la Asamblea de los Católicos Ordinarios de Tierra Santa. La presencia es importante, en el lugar que vio nacer al Hijo de Dios en la carne, de muchas Comunidades Católicas Orientales que forman el rico mosaico de nuestra catolicidad. Con afecto en el Señor, saludo a los Representantes de las Iglesias Ortodoxas y de las Comunidades Eclesiales presentes en Tierra Santa.

Estoy agradecido a los oficiales de la Autoridad Palestina quienes están formando parte de nuestra celebración y uniéndose en nuestras oraciones por el bienestar del pueblo palestino.

2. "¡No temáis! Porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor" (Lc. 2, 10-11)

La alegría anunciada por el ángel no es cosa del pasado. Es una alegría de hoy, del eterno hoy de la salvación de Dios que alcance cualquier tiempo, pasado, presente y futuro. En el alba del nuevo milenio, estamos llamados a ver más claramente que el tiempo tiene sentido porque aquí la Eternidad entró en la historia y permanece con nosotros para siempre. Las palabras del Venerable Beda expresan la idea claramente: "Aún hoy, y cada día hasta el final de los tiempos, el Señor será continuamente concebido en Nazaret y nacido en Belén" (EN Ev. S. Lucae, 2, PL 92, 330). Como en esta ciudad siempre es Navidad, todos los días es Navidad en el corazón de los cristianos. Todos los días estamos llamados a proclamar el mensaje de Belén al mundo - 'la buena nueva de una gran alegría: el Verbo Eterno, 'Dios de Dios, Luz de Luz' se ha hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros. El Recién Nacido, indefenso y totalmente dependiente del cuidado de María y José, confiado a su amor, es la salud entera del mundo. ¡Lo es de todos nosotros!

En este Niño el Hijo que nos es dado encontramos descanso para nuestras almas y el verdadero pan que nunca falta, el Pan de la Eucaristía prefigurado incluso en el nombre de este pueblo: Beth-lehem, la casa del pan. Dios permanece escondido en el Niño; la divinidad se mantiene escondida en el Pan de Vida. Adoro te devote latens Deitas! Quae sub his figuris vere latitas!

3. Se trata del gran misterio del auto-vaciamiento divino, el trabajo de nuestra redención desplegado en la debilidad: esta no es una verdad simple. El Salvador nació en la noche, en la oscuridad, en el silencio y la pobreza de un pesebre de Belén. "El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los habitantes de la tierra de sombras de muerte resplandeció una luz", dice el Profeta Isaías (9:2). Este es un lugar conocido como "el yugo " y "el cetro" de la opresión. ¿Con qué frecuencia se ha escuchado el llanto de inocentes por estas calles? Hasta la gran iglesia construida sobre el lugar del Salvador permanece como una fortaleza golpeada por el paso de los años. El Pesebre de Jesús yace siempre en la sombra de la Cruz. El silencio y la pobreza del nacimiento en Belén se unen a la oscuridad y el dolor de la muerte en el Calvario. El Pesebre y la Cruz son el mismo misterio de amor redentor; el cuerpo que descansó en María en el pesebre es el mismo que fue ofrecido en la Cruz.

4. ¿Dónde, entonces, está el dominio del "Maravilloso Consejero, Dios Poderoso, y Príncipe de la Paz " del que habla el Profeta Isaías? ¿Cuál es el poder al que se refiere Jesús cuando dice: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28:18)? El reino de Cristo "no es de este mundo " (Jn 18:36). Su reino no tiene la fuerza y riqueza y conquista que parece modelar nuestra historia humana. Es el poder de vencer al Maligno, de la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte. Es el poder de curar las heridas que desdibujan la imagen del Creador en sus criaturas. El poder de Cristo es el poder que transforma nuestra naturaleza débil y nos hace capaces, a través de la gracia del Espíritu Santo, de tener paz entre nosotros y Comunión con Dios mismo. "Pero a todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre" (Jn 1:12). Este es el mensaje de Belén, hoy y siempre. Este es el don extraordinario que el Príncipe de la Paz ha traído al mundo hace 2000 años.

5.- En esa paz, yo saludo a todo el pueblo palestino, tan consciente como yo que éste es un tiempo muy importante en su historia. Rezo por el último Sínodo Pastoral, en el cual participaron todas las iglesias católicas, y que sé que los alentarán a ustedes y reforzarán sus lazos de unidad y paz. En este sentido, ustedes asumirán con mayor efectividad el ser testigos de la fe, reforzando la Iglesia y sirviendo al bien común.

Yo ofrezco el beso santo a los cristianos de las otras iglesias y comunidades eclesiales. Y saludo a la comunidad musulmana de Belén y rezo por una nueva era de entendimiento y cooperación entre todas las gentes de Tierra Santa.

Hoy nosotros buscamos regresar a un momento que ocurrió hace dos mil años atrás, pero que en el espíritu lo encontramos siempre.

Nos reunimos en un lugar, pero rodeamos toda la tierra. Celebramos al Recién Nacido, pero nos encontramos con él en cada hombre y mujer del mundo. Hoy desde la Plaza del Pesebre, proclamo con fuerza en todos los tiempos, lugares y a todas las personas: '¡La paz sea con vosotros! ¡No temáis!'. Estas palabras resuenan en todas las páginas de la Escritura. Son palabras divinas pronunciadas por Jesús mismo después de resucitar de entre los muertos: '¡No temáis!'. Son las mismas palabras que la Iglesia os dirige hoy. No temáis preservar vuestra presencia y vuestro patrimonio cristianos en el lugar mismo en el que ha nacido el Salvador.

En la cueva de Belén, usando las palabras de San Pablo de la segunda lectura de hoy, "La gracia de Dios le ha sido revelada" (Carta del Apóstol San Pablo a Tito 2, 11). En el Niño que nace, el mundo ha recibido "la misericordia prometida a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes por siempre " (cf, Lc 1: 54-55). Deslumbrados por el misterio de la Palabra Eterna hecha carne, nosotros dejamos todos los temores atrás y nosotros nos convertimos como los ángeles, glorificando a Dios quien nos da el mundo como regalo. Con el coro celestial, nosotros "cantamos una nueva canción" (Sal 96:1):

"Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de la buena voluntad"

(Lc 2:14).

El Niño de Belén, Hijo de María, Hijo de Dios, Dios de todos los tiempos y Príncipe de la Paz, "es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb 13: 8), y así como nos preparamos para el nuevo milenio, debemos sanar todas nuestras heridas, vigorizar nuestros pasos, abrir nuestros corazones y mentes hacia "la gracia de las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, por las que nos visitará desde lo alto el Oriente" (Lc 1, 78). Amen.