Recursos



TESTIGOS DEL AMOR DE DIOS
ANTE LA VISITA DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II A ESPAÑA,
EN MADRID 3--4 DE MAYO

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE MADRID

FEBRERO, 2003

Í N D I C E

1. "Linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada"
2. Acción de gracias por los nuevos santos.
3. Testigos del amor de Dios.
4. Santoidad y evangelización.
5. La visita del Papa, estímulo para la vida crisitana.
6. Los jóvenes, "pueblo de las bienaventuranzas."
7. "Practicad la hospitalidad".

Con inmenso gozo la Iglesia que peregrina en España se dispone a recibir por quinta vez al Vicario de Cristo en la tierra, el Papa Juan Pablo II. Vivirá con nosotros dos intensas jornadas, el 3 y 4 mayo, que harán de Madrid un lugar de peregrinación para todas las Diócesis españolas1 . Por ello, los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid, que comprende las diócesis de Madrid, Alcalá de Henares y Getafe, nos dirigimos a todos nuestros diocesanos para animaros a vivir este acontecimiento eclesial y dar gracias a Dios, junto al sucesor de Pedro, por el gran don de la fe y de la vida en Cristo2 . Con ocasión de esta Visita apostólica del Papa, los Obispos españoles hemos enviado un Mensaje al Pueblo de Dios, invitándole a acoger al Santo Padre y a prepararse con la oración, la catequesis y el ejercicio de la caridad a vivir este hecho de transcendencia eclesial al comienzo de este Milenio3 .

La presencia del Papa entre nosotros nos invita a renovar nuestra adhesión al sucesor de Pedro, el cual, en los inicios históricos de nuestra fe, fue el primero en confesar que Jesús es "el Cristo, el Hijo del Dios vivo" (Mt 16,16), el único que tiene palabras de vida eterna4 . Después de veinte siglos de cristianismo, la presencia de Juan Pablo II entre nosotros confirma nuestra fe y consolida la certeza de que somos la Iglesia de Cristo, el pueblo rescatado con su sangre, llamado a proclamar la misericordia de Dios con todos los hombres. Quien viene hoy a nosotros es el sucesor de aquel que, escribiendo a los cristianos de su tiempo les recordaba quiénes eran y cuál era su misión: "Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1Pe 2,9). Nosotros somos los sucesores de aquellos primeros cristianos, que hoy como entonces estamos llamados a anunciar las alabanzas de Dios mediante el testimonio de una vida redimida por Cristo. Sí, nosotros somos para el mundo de hoy los testigos de Cristo.

1. "Linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada"

La misión del Papa entre nosotros está en plena continuidad con las palabras citadas de la primera carta de Pedro. Éste, como testigo cualificado de Cristo, recuerda a los cristianos que, gracias a la redención de Cristo, han sido constituidos Pueblo de Dios. Dios se ha compadecido de ellos y los ha hecho propiedad suya, pueblo suyo. Al unirlos a sí, por medio de la sangre de Cristo, los ha santificado enriqueciéndoles además con todo tipo de gracias y favores. En Cristo Jesús hemos recibido toda bendición. Somos, ni más ni menos, su propio Cuerpo. Esta es la grandeza y dignidad de nuestra vocación. Por esta razón somos un Pueblo santo, unido a quien es el Santo por excelencia, Cristo, "en quien habita toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 1,9).

No sorprenderá, por tanto, que la Iglesia, sea llamada por san Pedro "linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada" (1Pe 2,9). A lo largo de la historia del cristianismo, estas definiciones de la Iglesia se han visto confirmadas por el testimonio de los santos. En la Iglesia ha habido, ciertamente, pecadores. Cada uno de nosotros lo es en la medida que sólo Dios conoce. Pero la Iglesia es, por encima de todo, un pueblo de santos. En cada uno de ellos ha triunfado la gracia y la redención de Cristo, ha brillado la gloria de Dios que nos ha llamado a su luz admirable. Los santos han sido antorchas de esa luz, luminarias seguras en la tierra que nos recuerdan que Dios es luz y que las tinieblas del pecado y de la muerte han sido vencidas definitivamente por la muerte y resurrección de Cristo. Los santos nos dan la certeza de que el hombre redimido por Cristo es capaz de reproducir en sí mismo la imagen del Hijo de Dios, el único que por naturaleza y derecho propio merece el calificativo de Santo.

2. Acción de gracias por los nuevos santos

Quienes se dejan amar y salvar por Él, quienes le siguen con un amor único y exclusivo, quienes acogen su Espíritu que les va transformando poco a poco hasta la plena identificación con Él, ésos son los santos, los bienaventurados que ya aquí, en la tierra, nos ofrecen la imagen del Hombre Nuevo, es decir, de Cristo, "primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29). El Papa viene a inscribir en el catálogo de los santos a cinco miembros de la Iglesia que peregrina en España y que se enriquece así con la frescura de una santidad de la que muchos de nosotros hemos sido testigos. Alabemos a Dios, hermanos, por el testimonio de los santos. Démosle gracias por Pedro Poveda Castroverde, sacerdote, fundador y mártir de Cristo, cuya caridad por el hombre le llevó a luchar por elevarle a su condición de hijo de Dios sin escatimar esfuerzos en la eliminación de todo obstáculo que le impidiera ser plenamente hombre, abriendo nuevos caminos pedagógicos de extraordinaria fecundidad. Démosle gracias por el Padre José María Rubio y Peralta, jesuita, infatigable confesor en el ministerio del perdón sacramental, predicador del Evangelio y padre de los pobres, cuya entrega a los hombres en la atención personal fue un signo de la solicitud que el Buen Pastor, Jesucristo, tiene por cada uno de los hombres. Démosle gracias por Genoveva Torres Morales, virgen y fundadora, en la que Dios ha mostrado una vez más que su fuerza se manifiesta en la fragilidad de quien le ama convirtiendo a una mujer físicamente disminuida en una madre capaz de acoger a multitud de hijas, jóvenes y ancianas, necesitadas de amor. Démosle gracias por Sor Ángela de la Cruz (Mª de los Ángeles Guerrero González), virgen y fundadora, que tomó la cruz de Cristo sobre sus frágiles espaldas y se consagró al servicio de los más pobres entre los pobres, manifestando así que Dios tiene una singular predilección por los que el mundo considera despreciables. Démosle gracias, finalmente, por la Madre Maravillas de Jesús (Pidal y Chico de Guzmán), virgen carmelita descalza y fundadora de monasterios donde la oración, el sacrificio y la gozosa soledad alimentan la caridad heroica con la que las hijas de Santa Teresa de Jesús aman a Cristo y se entregan con Él por la salvación de los hombres. ¡Bendito sea Dios en sus santos!

3. Testigos del amor de Dios

Estos hombres y mujeres nos recuerdan que la primera aportación que el cristiano debe hacer a la Iglesia es la de su propia santidad. La santidad que recibieron en el bautismo fue devuelta a la Iglesia enriquecida por su propia experiencia cristiana y por la novedad personal con que se distinguieron en el seguimiento de Jesús. "La misma santidad vivida -dice Juan Pablo II- que deriva de la participación en la vida de santidad de la Iglesia, representa ya la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto "comunión de los santos""5 . Ciertamente el misterio de la Iglesia como "comunión de los santos" se enriquece cada vez que un hijo de la Iglesia se identifica plenamente con Cristo. Los santos que el Papa canonizará, mirados en conjunto, presentan además un variado mosaico de las virtudes que conforman la vida cristiana. La oración y búsqueda infatigable de la voluntad de Dios, la escucha atenta de su Palabra revelada, el servicio a los hombres hasta dar la vida, la insobornable defensa y adhesión a la fe que puede consumarse en el martirio, la entrega generosa a los pobres y necesitados, la predicación del Evangelio fuente de verdad, libertad y salvación del hombre de todos los tiempos; todas estas virtudes convierten a los nuevos santos en testigos del Señor para nuestro tiempo. La canonización, como acto infalible del Magisterio pontificio, viene a confirmar que todos ellos vivieron como hijos de Dios y, en todas sus obras, se dejaron guiar por el Espíritu de Cristo. Ellos son testigos del amor de Dios e instrumentos dóciles del Espíritu Santo.

Al proponerlos como modelos de vida cristiana, la Iglesia nos invita a seguir sus pasos, a conformar nuestra vida -como hicieron ellos- con la del Señor. Mucho se habla hoy de la credibilidad de la Iglesia. No siempre con la sinceridad ni con el noble afán de la conversión que empieza por cada uno de nosotros. Los santos hacen creíble a la Iglesia, es decir, hacen que ella pueda reconocerse en su identidad propia, que es la santidad de Cristo. Encontrarse con un santo es tocar casi con la mano la presencia de Dios. De ahí que los santos han producido en la Iglesia riadas de seguidores que vieron en ellos caminos seguros de santidad. Cuatro de los que el Papa elevará a los altares son precisamente fundadores. Nuestro mundo necesita personas así. Cristianos seducidos por Cristo que arrastran a otros a su seguimiento. Cristianos que saben eclipsarse ante el Señor y conducir hacia Él a quienes buscan la plenitud de la vida y de la felicidad. Cristianos que, tocados por la gracia de Cristo, incendian el mundo con el fuego del Espíritu, que es la caridad.

4. Santidad y evangelización

En su carta apostólica Tertio millennio ineunte, Juan Pablo II nos ha recordado que "confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para santificarla (cf. Ef 5,25-26)"6 . Nadie dudará de que los santos muestran de modo eminente el rostro más bello de la Iglesia. Y al hacerlo así se convierten en eficaces evangelizadores por el testimonio de su palabra y vida unidas de modo coherente. No hay fisura entre lo que viven y confiesan. Su vida y su palabra dan testimonio concorde del Señor. Y Dios se hace así "admirable en sus santos", es decir, puede ser reconocido y alabado gracias a los testigos de su amor. Este es, en definitiva, el secreto y el fin de la evangelización: que los hombres conozcan a Dios y a su enviado Jesucristo7 . A ello nos referimos los Obispos españoles en nuestro Plan Pastoral cuando decimos que "la floración de santos ha sido siempre la mejor respuesta de la Iglesia a los tiempos difíciles"8 . La Iglesia en España tiene el inmenso gozo de poder ofrecer a la Iglesia universal y al mundo de hoy esta hermosa floración de santos.

En este gozo estriba también nuestra responsabilidad. El caudal de vida cristiana que cada uno de los nuevos santos representa para la Iglesia no puede quedar estéril por nuestra desidia, indiferencia o mediocridad. Los santos interpelan a nuestra conciencia eclesial, a nuestro celo apostólico. Nos invitan, con su testimonio profético, a mirar cara a cara al Señor y preguntarnos con sencillez sobre nuestro "primer amor" (Apc 2,4), aquel que nació en el encuentro con Cristo. Los moradores de la ciudad celeste no han roto los lazos con la Iglesia peregrinante. Son la inmensa "nube de testigos" (Heb 12,1) que nos rodean y espolean en el testimonio valiente del Señor. Por ello, el gozo de ofrecer santos a la Iglesia nos compromete a vivir como ellos vivieron: en santidad y justicia, en verdad y libertad. Nos compromete, además, a proponerlos a nuestros contemporáneos como auténticos modelos de cristianismo carente de toda ideologización. Ellos nos presentan el Evangelio en vivo, sometido a la única ley de la caridad. Cada santo es un auténtico programa de pastoral, siempre vigente, que nos libera de la tentación, señalada por Juan Pablo II, de hacer prevalecer el "hacer" sobre el "ser"9 . No olvidemos nunca la enseñanza de san Pedro: "Así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo" (1Pe 1,15-16).

5. La visita del Papa, estímulo para la vida cristiana

"La Visita del Santo Padre -decimos los Obispos españoles en nuestro reciente Mensaje- acrecentará sin duda nuestra vocación y dinamismo apostólicos. Su sola presencia es un estímulo más para gastar y desgastar nuestras vidas al servicio del Evangelio de Cristo y de los hombres con la misma entrega que hace de su persona, objeto de nuestra más profunda veneración"10 . Las palabras de Pedro a los cristianos de su tiempo cobran también en Juan Pablo II una actualidad indiscutible: "A los presbíteros que están entre vosotros, les exhorto yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse" (1Pe 5,1). El Papa viene a exhortarnos; es parte fundamental de su ministerio como Pastor supremo. Su exhortación está avalada no sólo por la autoridad recibida de Cristo, sino por su condición de testigo de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que se manifestará en su momento. Probado por los sufrimientos, el Papa nos conduce, con su palabra y con el testimonio de su vida personal, hacia la gloria de nuestra vocación en Cristo, que nos permite pasar por la prueba con la certeza de la victoria final.

Abramos, pues, nuestro corazón a la exhortación del Papa. Acojamos con gozo su magisterio y démosle la alegría de vivir conforme a la cruz gloriosa del Señor. Desde el principio de su ministerio no se ha cansado de invitarnos a no tener miedo, a vivir con gozo nuestra fe, a proclamar al mundo la verdad que salva. Su exhortación a ser santos es uno de los ejes fundamentales de su pontificado, que enlaza con la enseñanza de Jesús en el Sermón de la montaña y con la de los escritos del Nuevo Testamento. A las nuevas generaciones, de modo especial, les alienta a huir de la mediocridad, de todo conformismo y adecuación al paganismo de nuestros días. Les anima a vivir siempre atentos a Cristo, el amigo por excelencia, el Redentor del hombre, el Hijo de Dios encarnado.

Os invitamos, por tanto, a recibir al Santo Padre orando intensamente por él y por la fecundidad de su Viaje pastoral a España hacia la que ha mostrado desde siempre un singular afecto. Que a su esfuerzo por acercarse hasta nosotros corresponda una generosa acogida y una ferviente participación en los actos programados: el Encuentro con los jóvenes y la Misa de canonización. Exhortamos especialmente a nuestros hermanos sacerdotes, fieles colaboradores del orden episcopal, para que animen a sus comunidades parroquiales, movimientos y grupos apostólicos a participar en estos encuentros que revitalizarán la conciencia de pertenecer a la única Iglesia de Cristo, la Católica, extendida por toda la tierra, que tiene en el Papa su fundamento visible de unidad. La experiencia de quienes participan en los encuentros con el Santo Padre es unánime: sirven para fortalecer la comunión y revitalizar el afán apostólico. Animemos, pues, a todos los cristianos favoreciendo las catequesis que se ofrecerán desde la Conferencia Episcopal con el fin de profundizar en el significado último de esta visita.

6. Los jóvenes, "pueblo de las bienaventuranzas"

Una invitación especial queremos dirigir, junto con el resto de los Obispos de España, a los jóvenes. El Papa quiere encontrarse con vosotros en una Vigilia de oración en la que, de la mano de María, contemplemos el rostro de Cristo Redentor. Acudid a la cita. Como jóvenes llenos de vida y de ilusiones, miráis el futuro como un horizonte inmenso de posibilidades para ser felices. No erréis el camino. Sed fuertes, como dice el apóstol san Juan a los jóvenes de su tiempo11 . La juventud es la época decisiva de las grandes decisiones que se concretarán en la elección de vuestra vocación y estado de vida, de vuestro estudio y profesión con que serviréis a los demás. No olvidéis que sois parte de la Iglesia y que ninguna de estas decisiones puede ser tomada al margen de vuestra conciencia de Iglesia. Cristo cuenta con vosotros para que la Iglesia, de la que formáis parte, avance hacia el futuro animada por vuestra entrega y generosidad. En ese futuro, debéis contemplar también la posibilidad de entregaros a Dios en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. El Papa, a lo largo de su magisterio, os ha hecho preguntas radicales: ¿qué quiere Dios de mí? ¿qué quiero hacer de mi vida? ¿dónde pongo el corazón? ¿cuál es la meta de mi felicidad? En realidad, son las preguntas que Cristo dirige a los hombres de su tiempo acompañadas de respuestas certeras: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24)12 ; "quien quiera salvar su vida, la perderá, quien la pierda por mí, la salvará" (Lc 9,24); "donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6,21); "¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si él mismo se pierde o se arruina" (Lc 9,25).

En la última Jornada Mundial de la Juventud en Toronto, el Papa os habló claramente de la felicidad. Os recordó las Bienaventuranzas de Jesús, que es el camino de la verdadera felicidad y de la vida. Como en tiempos de Cristo, el "mundo" no entendió lo que quería deciros cuando os invitaba a ser "felices", "dichosos", "bienaventurados". Pero él os lo dijo limpiamente: "La Iglesia os mira con confianza y espera que os convirtáis en el pueblo de las bienaventuranzas. Bienaventurados vosotros si sois, como Jesús, pobres de espíritu, buenos y misericordiosos, si sabéis buscar los que es justo y recto; si sois limpios de corazón, artífices de paz; si amáis y servís a los pobres. ¡Bienaventurados vosotros!"13 . Con la suave persuación de Cristo, el Papa no os impone nada: os invita. Sabe que la verdad puede cautivaros por sí misma: Bienaventurados vosotros si sois... En realidad, os invita a ser santos, a dejar que la luz de Cristo resplandezca en vuestra vida. Y os apremia: "Haced que resplandezca la luz de Cristo en vuestra vida. No esperéis a tener más años para aventuraros por la senda de la santidad. La santidad es siempre joven, como es eterna la juventud de Dios. Comunicad a todos la belleza del encuentro con Dios, que da sentido a vuestra vida. Que nadie os gane en la búsqueda de la justicia, en la promoción de la paz, en el compromiso de la fraternidad y solidaridad"14 . Esta es la verdad que os hará libres, como hizo libre a Pedro y a los apóstoles la verdad que escucharon de labios de Cristo; ésa es la libertad que nos enseñan los santos. ¡Libres para ser felices!

7. "Practicad la hospitalidad"

Nuestra última exhortación es una hermosa palabra que no ha dejado de resonar en la tradición cristiana: Sed acogedores, "practicando la hospitalidad" (Rom 12,13)15 . Es uno de los signos más elocuentes de que la Iglesia es la casa de los hijos de Dios, el hogar de la catolicidad. En el huésped, la Iglesia ha visto al mismo Cristo16 . Los primeros días de mayo muchos peregrinos vendrán a Madrid para encontrarse con el Papa. Abridles las puertas con generosidad convirtiendo nuestras diócesis, parroquias, colegios, instituciones, e incluso nuestros hogares, en una casa común que alivie las incomodidades de todo viaje y peregrinación y ofrezca a los peregrinos la recompensa de sentirse tratados como miembros de la única comunidad de la Iglesia. No sólo os invitamos a la acogida material, sino a la espiritual que conlleva la plegaria común, la comunicación de bienes espirituales que se da siempre en torno a la Palabra de Dios y a la catequesis de la Iglesia. La afluencia de tantos peregrinos nos hará conocer mejor las diversas diócesis de España, sus experiencias pastorales, sus inquietudes y proyectos. En una palabra nos hará tener "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32) junto a Pedro, el Padre común, el que ha recibido de Cristo el mandato de pastorear a sus corderos y a sus ovejas, esto es, a la Iglesia universal. Estamos convencidos de que esta experiencia de comunión eclesial nos ayudará a vivir con mayor alegría la fe común en Cristo que ha hecho de todos los hombres un solo Pueblo. ¡Quiera Dios que la experiencia de estos días, en los que acudiremos "a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones"17 suscite como en la Iglesia primitiva en muchos hombres el deseo de unirse a la Iglesia, a la comunidad de los salvados18 .

Confiemos todos nuestros anhelos a la Madre de la Iglesia, Madre de Cristo y Madre nuestra en este Año del Rosario. Ella los hará fructificar con el amparo de su fecunda maternidad. Ella velará para que la Iglesia, bajo el cayado de Pedro, avance siempre humilde y segura mar adentro, llena del Espíritu de Dios, suplicando para que de su seno no dejen de nacer los santos.

Madrid, 22 de febrero, Fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro

† Antonio María Rouco Varela, Cardenal Arzobispo de Madrid
† Francisco José Pérez y Fernández-Golfín, Obispo de Getafe
† Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares
† Fidel Herráez Vegas, Obispo auxiliar de Madrid
† César Franco Martínez, Obispo auxiliar de Madrid
† Eugenio Romero Pose, Obispo auxiliar de Madrid
† Joaquín López de Andújar y Cánovas del Castillo, Obispo auxiliar de Getafe

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

1 Desde el primer viaje a España en octubre de 1982, que incluyó la visita a Madrid, Juan Pablo II vino de nuevo a España en agosto de 1989, con ocasión de la IV Jornada de Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela. En junio de 1993 vino a Sevilla y Huelva; en Madrid dedicó la nueva Catedral de Santa María la Real de la Almudena y canonizó a san Enrique de Ossó. Recordamos también su breve escala en Zaragoza, en 1984, para postrarse a los pies de la Virgen, camino de Santo Domingo y Puerto Rico para conmemorar el V Centenario de la Evangelización de América.

2 Con ocasión de la visita a Madrid en junio de 1993, los Obispos de la Provincia Eclesiástica publicaron también una carta fechada el 24 de febrero de 1993 y publicada en el Boletín Oficial de la Provincia Eclesiástica de Madrid (1993) 165-178.

3 Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, "Seréis mis testigos". Mensaje de los obispos españoles con ocasión del viaje apostólico del Papa Juan Pablo II a España, Madrid, 18-19 de febrero de 2003.

4 Cf. Jn 6,68.

5 Juan Pablo II, Christifideles laici 17.

6 Juan Pablo II, Tertio millennio ineunte 30.

7 Cf. Jn 17,3.

8 Conferencia Episcopal Española, Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2002-2005. Una Iglesia esperanzada. "Mar adentro" (Lc 5,4), Madrid 2002.

9 Juan Pablo II, TMI 15: "El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil de "hacer por hacer". Tenemos que resistir a esta tentación, buscando "ser" antes que "hacer"".

10 "Seréis mis testigos", 1.

11 Cf. 1Jn 2,14.

12 Mt 6,24.

13 Juan Pablo II, Discurso de acogida en Toronto, 25-VII-2002, 6.

14 Juan Pablo II, Discurso de la Vigilia de la JMJ en Toronto, 27-7-2002, 6.

15 Heb 13,2: "No os olvidéis de la hospitalidad; pues por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles".

16 Cf Mt 10,40; Mc 9,37.

17 Hch 2,42.

18 Cf. Hch 2,47.