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Discurso de Juan Pablo II al llegar a Eslovaquia

Señor presidente de la República,
distinguidas autoridades,
venerados hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. Doy gracias al Señor que me concede pisar por tercer vez el suelo de la querida tierra eslovaca. Vengo como peregrino del Evangelio para traer a todos un saludo de paz y de esperanza. Dirijo un deferente saludo al señor presidente de la República, y le doy las gracias por las nobles palabras con las que me ha acogido en nombre de todos los habitantes del país. Saludo también a las autoridades civiles y militares, agradeciendo el esfuerzo realizado en la organización de mi viaje apostólico. Abrazo con afecto a mis hermanos obispos, con el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Frantisek Tondra, obispo de Spis, y el venerado cardenal Jan Chryzostom Korec, obispo de Nitra. Dirijo, por último, un cordial saludo a todos los hombres y mujeres que viven, trabajan, sufren y esperan en esta tierra eslovaca e invoco para cada uno las bendiciones del Altísimo.

2. La historia civil y religiosa de Eslovaquia ha sido escrita, en parte, con la contribución de heroicos y dinámicos testigos del Evangelio. Deseo aquí rendirles a todos ellos un agradecido homenaje. Pienso obviamente en los gloriosos hermanos de Tesalónica, los santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos, pero pienso también en los demás servidores generosos de Dios y de los hombres, que han enriquecido con sus virtudes estas regiones. A ellos se les añaden ahora el obispo Vasil Hopko y sor Zdenka Schelingová, a quienes tendré la alegría de inscribir el próximo domingo en el elenco de los Beatos. Todos han trazado surcos fecundos de bondad en la civilización eslovaca. La historia de esta tierra se presenta, de este modo, como historia de fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

3. Próximamente, vuestro país entrará a formar plenamente en la comunidad de los pueblos europeos. Queridos, ofreced a la construcción de la identidad de la nueva Europa la contribución de vuestra rica tradición cristiana. No hay que contentarse sólo con la búsqueda de ventajas económicas. Una gran riqueza puede crear, de hecho, una gran pobreza. Sólo construyendo, a pesar del sacrificio y las dificultades, una sociedad que respete la vida humana en todas sus manifestaciones, que promueva la familia como lugar de amor recíproco y de crecimiento de la persona, que busque el bien común y esté atenta a las exigencias de los más débiles, se logrará la garantía de un futuro fundado en sólidos cimientos, rico de bienes para todos.

4. Mi peregrinación me llevará, en estos días, a las diócesis de Bratislava-Trnava, Banská Bystrica y Roznava. Pero en este momento quiero abrazar --al menos con el espíritu-- a todos los hijos de Eslovaquia, junto a los representantes de las minorías nacionales y de las otras religiones. Me gustaría poder encontrarme y hablar con todos y con cada uno, visitar a cada familia, recorrer vuestro bello territorio, visitar todas las comunidades eclesiales de esta amada nación. Sabed, queridos, que el Papa piensa en cada uno de vosotros y reza por todos.

¡Que Dios bendiga a Eslovaquia y os de todos vosotros paz, prosperidad y concordia serena, en la fraternidad y en la recíproca comprensión!