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La Iglesia y la Defensa de la Institución Familiar

Cardenal Alfonso López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo para la Familia

El Señor nos ofrece, nuevamente la amplia oportunidad de reflexión y profundización en el Congreso que iniciamos.

En el primer congreso, el de Roma, que coincidió con el año Internacional de la Familia, el tema analizado fue: "La Familia Corazón de la Civilización del Amor" a la luz de esta expresión, rica en contenidos de auténtico humanismo recogimos los frutos de la reflexión en los campos de la teología y de la pastoral, y asumimos una serie de compromisos orientados a poner en su lugar la función humanizadora de la familia, para hacer nacer una nueva sociedad de genuino rostro humano; en donde las personas se encuentran y reconocen como tales, según su dignidad de imágenes de Dios; una sociedad, a partir de la primera y fundamental comunidad, la de la familia.

Sólo en una civilización animada y estructurada en el amor, en donde los seres humanos cuentan como personas, abiertas por tanto a la comunidad responsable con los demás, y no como "cosas" que se manipulan a los cuales los engranajes sociales imponen como una conciencia reñida con la realidad; es ser único e irrepetible, amado por Dios, con un amor en el que reside la misma clave de su grandeza, un amor que crea y recrea, que llama a la existencia en el proyecto divino, original, en el orden de la creación, y que en el drama de la libertad traicionada, sustraída de la verdad y de la mirada amorosa de Dios. es un amor que redime y que reconcilia. En la dimensión del hogar se viven los momentos más trascendentales y significativos de la existencia humana. No es el hogar de lo secundario e inexpresivo, de la rutina que aprisiona como una cadena en lo que parece pequeño y sin relieve adquiere las dimensiones impresionantes del amor que construye y libera: es el lugar habitual en donde con el fuego del amor se forja en una opción fundamental, con una libertad empeñada, día a día la existencia, la de los padres y la de los hijos, y se forja como familia la sociedad y la entera humanidad como familia de Dios.

El primer Encuentro Mundial de las Familias con el Papa, precedido por el Congreso Teológico-Pastoral ha servido mucho, sin duda para una respuesta renovada que preserve o rescate la sociedad de la sordidez de lo pragmático, el juego de varios intereses que estrechan los confines y sofocan los espíritus. Una civilización de amor permiten respirar, alzar la mirada, levantar los corazones, es el corazón que irriga la sangre nueva en el corazón de la humanidad.

En ese ambiente, en medio de insoslayables batallas estábamos entonces a las puertas de la Conferencia Internacional del Cairo sobre Población y Desarrollo, con proyectos que configuraban un "estilo de vida" que el Santo Padre oportuna y proféticamente denunció. El Sucesor de Pedro lanzó al mundo, en la Plaza de San Pedro su mensaje enérgico y estimulante, en torno de la familia, "alegría y esperanza". Fue también cuando su intuición de Pastor Universal, experimentando en la causa de la familia y de la vida, señaló la importancia de la continuidad de estos Encuentros Mundiales, no diría ya precedidos, sino integrado por estos Congresos, como ocasión privilegiada de poner en común preocupaciones, enfoques, estudio en la más amplia dimensión. El interés que suscitan es evidente: el número de participantes duplica ampliamente el Congreso de Roma.


EL TEMA DEL CONGRESO

El Santo Padre, quien convocó el Encuentro Mundial de Río de Janeiro, cuya iglesia nos acoge con tanta fraternidad señaló el tema que es también el del presente Congreso: "La Familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad", tras de estudiar una gama de propuestas que fluyeron desde diversas partes del mundo. El tema señalado recoge, expresivamente varios enfoques propuestos y le da la impronta de una dinámica continuidad que estimula la imaginación y ahonda la identidad misma de la familia , fundada sobre el matrimonio. La relevancia, la singularidad y la grandeza del Don de Dios, que está a la raíz del consentimiento, en la hermosa aventura delante del Señor, de la alianza, de un amor con densidad de totalidad en un compromiso de fidelidad que el tiempo ahonda, no deteriorado, no parcelado, fragmentado o empequeñecido, como ocurre en las diversas formas de un amor traicionado, que destruye existencias y atenta contra el tejido social.

Como, por invitación de los colaboradores en el Pontifico Consejo para la familia, preparé un sencillo folleto, a manera de opúsculo, que cada uno de ustedes recibió en sus carpetas, con algunas consideraciones sobre el tema, no pretendería ahora, ni siquiera, introducir y menos desarrollar una reflexión, que sobre diversos aspectos ha sido encomendada a ponentes de elevada competencia, tanto en el Plenario como en los Grupos Lingüísticos.

Quisiera limitarme a hilvanar algunas preocupaciones.


Por una auténtica antropología.

Lo que está en juego hoy no es sólo un aspecto u otro del matrimonio, de la familia es su identidad, su ser profundo, su razón de ser, su verdad. La Iglesia sabe que, en última instancia, estando, por toda clase de abusos e interpelaciones, como en tela de juicio el proyecto de Dios, está en peligro el hombre, la humanidad, su futuro. Desertar en esta causa es empobrecer al hombre y robarle su esperanza.

En los últimos años se ha hecho evidente que junto con el anuncio gozoso y colmado de esperanza del Evangelio de la familia y de la vida, es preciso conocer las raíces de los ataques fuertes y sistemáticos que estos bienes fundamentales reciben, bajo la forma de una conjura global y sistemática. Así será dable estructurar mejor su necesaria o identificar los puntos medulares de esta batalla histórica que compromete a la Iglesia y a la sociedad entera, ya no se trata de bienes sobre los cuales la Iglesia pretende exhibir títulos exclusivos de propiedad.

Tratándose de algo que es sagrado patrimonio de la humanidad, sin duda la mejor defensa no consiste en replegarse como en una especie de fortaleza con la nostalgia de tiempos mejores olvidando quizás que ha habido también logros, transformaciones y cambios saludables; sino en hacer patente, en testimoniar en un anuncio, en una proclamación convencida, cómo en los polos de la vida y de la familia se concentra el caudal de la voluntad amorosa del Señor Dios que derrama toda clase de bienes sobre la humanidad y quiere su realización, enriquecido en su humanidad que lleva el camino de su plenitud.

El empeño cautivante de la nueva Evangelización, que nos compromete integralmente, su defensa ideal es revelar el misterio revelador y formidable de que son portadores la familia y la vida es necesario introducir, proponiendo de nuevo su capacidad de humanizar y dignificar que tiene todo lo que en el olvido y en la confusión ha recibido en el ámbito cultural un sensible deterioro, tanto más nocivo cuanto que semejante retroceso con profundas heridas en el ser del hombre, en el tejido social, se hacía invocando discutibles conquistas y avances mientras quedaban en el camino las ruinas provocadas.

Seguramente ustedes, activamente comprometidas en esta lucha, en tantas naciones y campos como nosotros en el Pontificio Consejo para la Familia, tenemos una impresión semejante: lo que está en juego es la visión del hombre, la antropología. Es esta verdad del hombre lo que es preciso poner en la misma realidad de la familia fuente de la vida. Es una antropología genuina y coherente, para lo cual el magisterio de Juan Pablo II ofrece un material formidable, en donde se dan cita armoniosa la razón, la humana sabiduría y la fe. Una adecuada comprensión antropológica ha de ser puesta como fundamento en los distintos aspectos que el tema de nuestro congreso entraña.

Permitidme recordar algunos de los elementos de esta verdad sobre el hombre, para ponerlos en convergencia con el anuncio y la defensa de la familia, Iglesia doméstica y santuario de la vida.

Quisiera hacer referencia a la Gaudium et Spes en el No. 31, en un texto que tiene especial valor en los umbrales del Tercer milenio "se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar". Estas razones están indisolublemente vinculadas con la verdad del hombre (cfr. G. S. n.31)

La persona humana en su dignidad de ser única e irrepetible, nos recuerda el Concilio "es la única creatura terrestre a la que Dios ha amado por si misma" ( G.S.n. 24).

Con el primado de la persona humana, piedra angular del orden social, que es conquista preciosa de la humana sabiduría profundizada y enriquecida por la fe; nos hallamos en el núcleo mismo de una antropología, de una verdad del hombre coherente e integral . En virtud del ser social del hombre, abierto a los demás en relación con la comunidad hay una necesaria interacción que así caracteriza el concilio: "la índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados. Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana"(G.S. n. 25). Con una buena antropología hay que construir ese "orden social" que es menester "desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Para cumplir estos objetivos- agrega el concilio- hay que proceder a una renovación de los espíritus, a profundas reformas de la sociedad" (G. S. n.26).

El hombre, ha dicho una vez Nietzche, se desliza del centro hacia la x. Se aleja de su propio lugar, hacia un lugar incierto, una incógnita. (citado por Pier Aldo Rovatti, en la obra, en la colaboración, II Pensiero Debole- A cura de G. VATTIMO Feltinelli, pag. 29) y siguiendo este preámbulo de pesada duda, comenta un autor:

"Podemos ensayar, indicar, describir, contar, esta incógnita?... El hombre que se aleja es el hombre del completo desencanto, de la ironía negativa que ahora ha aprendido a 'incassare tutto', (a asimilar y aceptar todo que sabe con un gesto de los ojos aceptar irónicamente todo nihilismo (Ibid.). Podrá ser el hombre meramente una incógnita para sí mismo y para los demás?

Es posible acceder a una adecuada comprensión del misterio del hombre, desde Dios. Él es la clave, como su creador de su identidad, de su vocación, de su misión en la tierra que se abre a la eternidad. Porque Dios es la fuente de la vida, ésta es sagrada. Sólo Dios puede aducir títulos plenos que pueda decirse que Él es su dueño y que la criatura humana es pertenencia suya. Creer o no en Dios tiene graves consecuencias a la hora de ponderar todo lo que representa la dignidad de hombre. La verdad del hombre adquiere toda su luminosa dimensión a la luz de la verdad de Dios. Ésta relación es realmente clave para su comprensión en el horizonte filosófico y adquiere una profundidad mayor en el universo teológico, en el mundo de la fe. Escribe el Santo Padre: "La íntima relación con Dios en el Espíritu santo hace que el hombre se comprenda en modo nuevo a sí mismo, la propia humanidad (...), y siempre mejor se encuentre a través de un sincero don de sí. Se puede decir que en estas palabras (...) se resume toda la antropología cristiana" (Encíclica Dominum et Vivificatem, no. 58-59). La sabiduría humana, con las conquistas logradas por la razón, adquieren nuevas dimensiones a la luz de la fe: "La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre".

Permitidme insistir en que en estos principios se juega mucho del futuro, en referencia a la Verdad del Hombre, a su antropología.

Muchas veces se siente el vacío de esta verdad o la asunción de antropologías pobres y recortadas. Siempre se trabaja con alguna noción o concepción de lo que es el hombre. Una cierta noción del hombre genera, a su turno una mirada de pesimismo y de desesperanza hacia el futuro. El hombre que desconfía de lo que puede hacer, como arquitecto de su propio destino. El hombre concentrado sobre él mismo, con una mirada miope, que roba la grandeza y la dignidad eminente del ser humano: IMAGEN DE DIOS. Dios ama al hombre, como imagen suya. Lo ha creado así, con sus manos amorosas, y lo ama por él mismo, como PERSONA.

la relación del hombre con Dios se concreta en la relación del hombre con Cristo: "En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del hombre encarnado. (...) Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (...). El Hijo de Dios en su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo el hombre". (G.S. No. 22)

Esta verdad sobre el hombre, a la luz del misterio de Cristo, hace que la vida del hombre sea un "evangelio", una buena nueva que la Iglesia proclama con gozo. Es una buena noticia el valor incomparable de la persona humana: "El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio"(Encíclica Evagelium Vitae No.2).

La Iglesia es portadora de este Evangelio y es a la vez su tutela: "La Iglesia que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana" (G.S. No.76).

Cuando se excluye a Dios el horizonte de la humanidad, cuando se pierde su sentido, la vida humana, en su misterio sagrado, por su fuente y por su destino, amenaza con eclipsarse. Enseña el Papa: "Encerrado en el estrecho horizonte de su maternidad, se reduce éste a una cosa" y ya no se percibe el carácter trascendente de su "existir como hombre". No considera ya la vida como un don espléndido de Dios, una realidad "sagrada" confiada a su responsabilidad y, por tanto, a su custodia amorosa, a su "veneración". La vida llega a ser simplemente "una cosa" que el hombre reivindica como su propiedad exclusiva totalmente dominable y manipulable". (E.V. No.22). esta debiera ser la pista objetiva y seria para hablar de la CALIDAD DE VIDA. Con una visión de profundidad metafísica y ética, que sustraiga la sacralidad de la vida humana de un tratamiento como de mercancía y quede aprisionada la vida humana en una mirada miope, reducida y reductora, que empequeñece, en una perspectiva meramente pragmática y arbitraria. la democracia jamás puede evadir, sin serruchar su propio piso de las exigencias de la ética.

Creo que la batalla decisiva se libra en términos de la verdad del hombre. No sólo, obviamente, en el campo de la filosofía, sino del mensaje cristiano a la luz de la vida.

Contra el recíproco otorgarse, pleno y definitivo, en la seriedad envolvente y dignificante de un amor que libera y que realiza, se agolpan no sólo los embates desde fuera, en la conjura en curso, irresponsable y suicida contra la familia y contra la vida, polos, dice Juan Pablo II, inseparables. Esos atentados "desde afuera" se vuelven invasión impetuosa allí donde la verdad de un amor fiel, responsable, estable, es minado socialmente, en los Parlamentos, en los Foros Mundiales, en una opinión pública adormecida. Son los desastres provocados por el olvido de la verdad del hombre y del sentido del amor que se hace una sola carne. Lo peligroso estaría especialmente en las grietas que posiciones de ese estilo, que se vuelven "exigencias" de una "libertad" (que es apenas caricatura) en nombre del derecho a una felicidad en una amor amputado en su integridad y su grandeza, se infiltrarán dentro de las familias como una tentación que susurrará que el proyecto de Dios es "un ideal" imposible.

Se ha llegado hasta a sustraer su realidad de Bien. Hay que defender esta categoría del Bien que es y produce la familia.

Sería altamente nocivo que se introdujera en el campo pastoral una separación entre Familia y vida, que carecería de apoyo doctrinal y probaría la vida de su lugar natural.

Lo serio y desastroso de tal invasión, infiltración e impacto, es que se constituye una "verdad alternativa" del hombre y de la mujer, con códigos morales gelatinosos. Hay, con perfiles de una nueva cultura, una condescendencia creciente a planteamientos y comportamientos en donde la mística, la espiritualidad del matrimonio es obstaculizada o negada.

La familia: don y compromiso no es sólo anuncio, defensa, sino que ha de conducir a una verdadera espiritualidad, de bastas y amplias proyecciones. No es una espiritualidad que se cierre sobre la pareja, en egoísmos envilecedores, que la sustraen de su ineludible responsabilidad con los hijos y frente a la sociedad. Nunca como hoy se trata de una espiritualidad, que nutrida de la Palabra de Dios, de energías para hablar o gritar en alto, con coraje, con la doctrina y con la vida, en un testimonio integral, en el impulso de un evangelio que se proclama.

Es preciso infundir y difundir una mística que atraiga, contagie y dinamice. Contamos con los documentos extraordinarios del Magisterio especialmente de Juan Pablo II. Surge en todas partes, la conciencia de esta absoluta prioridad. Se reconoce más y más, "una centralidad" pastoral de la familia y la ida y su causa definirá el rostro de la Iglesia en el futuro, como también el de la humanidad.

Es el momento pues de lanzarnos confiados a la conquista de nuevos espacios desde la capacidad propulsiva de los hogares con un mensaje que genera esperanza.

Se trata de defender la esperanza tutelando la dignidad del hombre en el recinto sagrado del hogar. Las familias, siguiendo la expresión del Concilio, experimentan "una irrefrenable sed de dignidad" en la seriedad y hondura de su amor que se abre al don de la vida. Chesterton, con su delicioso humor, contra las corrientes superficiales que erosiones la familia en las múltiples formas del amor traicionado, expresaba que el matrimonio es el único lugar donde el amor es serio. Y le sobra razón: sólo un amor total, de entrega exclusiva y fiel, responsable y estable adquiere los contornos de seriedad. Sólo un amor así construye y libera a la pareja, a los hijos y a la misma sociedad. Cuando el amor se estrecha en los límites asfixiantes del egoísmo y no es empresa común hacia el don del Dios de la vida nueva, se empobrece y no adquiere ni siquiera las dimensiones de una auténtica significación unitiva.

Defender la familia es defender la dignidad del hombre y de la mujer en la seriedad liberadora del amor. Esa defensa se vuelve un mensaje en la sociedad para convencerla de la insensatez de intercambiar los quilates de este amor serio, estable, que merece ser jurado con contornos de eternidad, y otras formas de unión, falsamente apelados de uniones consensuales libres (no se ve cuál sea el valor y el sentido de una tal libertad), o de las uniones "de hecho" o de otras imposibles uniones que no pueden alegar la categoría genuina de un derecho. En el diálogo indispensable con los gobernantes, los políticos y los legisladores la concepción del matrimonio natural, en convergencia con una sana y genuina antropología es una urgencia primaria, tarea difícil para la cual mucho puede aportar el concurso de las distintas religiones y muy particularmente, un diálogo ecuménico sobre estas materias. Las Iglesias Cristianas tienen que dejarse interpelar por el Señor, para interpelar y guiar a la humanidad con una verdadera conciencia crítica.

La defensa de la familia requiere una profunda unidad doctrinal y pastoral en la cual la obediencia de la fe es condición indispensable para la misma capacidad de un anuncio universal, no entorpecido por el juego de las opiniones imposibles de conciliar con la verdad que viene de Dios y que el mundo necesita, sin alteraciones ni acomodaciones.

Lugar precioso y decisivo en la esperanza que hay que suscitar es la mujer cuya misión en el corazón de la familia (que caprichosamente presenten algunos feminismos exacerbados como una servidumbre) que no puede quedar relegada o marginada en nombre de otras funciones (nobles y necesarias ciertamente) en la sociedad, en el mundo profesional o en la política. Y cómo permitir que se eclipse su misión como esposa, como madre, como hija, como hermanas, de acuerdo con lo que el Santo Padre desarrolló en su carta a la mujer, en los preámbulos de las conferencias de Pekín.

Una particular importancia, que reviste caracteres de alarmante urgencia es todo lo que se refiere a la niñez, a sus derechos, a su futuro.

Aquí, en Río de Janeiro, realizamos hace unos años el Encuentro Mundial sobre los Niños de la Calle, Os Meninos da rua. Entonces pudimos apreciar la dimensión de una catástrofe que no se reducía propiamente a los países pobres. También en las naciones ricas los hijos, por falta de un amor que proteja, son literalmente lanzados a la calle. Son, como lo apuntaría el Santo Padre, "huérfanos con padres vivos". Los niños tienen el derecho a ser acogidos en un hogar estable, a ser educados en un ambiente de amor y de ternura. No brindarles la protección debida y la educación integral a la que tienen derecho es atentar contra su futuro. Con sobrada razón Santo Tomás habla de un ÚTERO ESPIRITUAL. Es precisamente eso la familia, para quienes constituyen "el don más precioso". (S.Th. 11-11, 10-22).

Por desgracia son los niños las víctimas de la irresponsabilidad de los mayores. hace falta que la Convención de Naciones Unidas, en torno de los derechos de los Niños, no sometidos a los retoques con peligrosos silencios y vacíos se incorpore a las legislaciones y que los códigos de protección de la infancia orienten los esfuerzos para asegurar lo más noble, tierno e inocente que una sociedad puede ostentar.

Los adultos suelen hablar de defender sus fueros. Buscan, a costa de todo, a costa de los hijos, alcanzar su propia felicidad, como en la plaga del divorcio, arruinando la misma posibilidad de un desarrollo humano, armónico e integral en quienes deben ser reconocidos y respetados como fruto de su amor, como persona, como un bien de interés superior.

El gran objetivo, para el inmediato futuro, no dudaría en ponerlo precisamente en los derechos de la niñez. Hace falta además, promover una verdadera pastoral de la niñez, de tal manera que no resulten olvidados o relegados.

El útero integral, sobre todo en la sociedad de hoy debe extenderse para cubrir también la adolescencia. Sustraer los jóvenes de las familias ocasiona una turbación pastoral y un desconocimiento, de hecho, de que también ellos son integrantes de la comunidad familiar, de ese SUJETO INTEGRAL QUE ES LA FAMILIA.

Uno de los objetivos de este Congreso, en relación con los Movimientos para la Familia y Para la Vida, en pleno y franco crecimiento, debería ser la incorporación de la juventud para el fortalecimiento de los mismos Movimientos con nuevas energías. Algo se iniciará, más en forma, en estos días. La presencia de un grupo de jóvenes permitirá que asumamos en serio una proyección de integración de la juventud en esta lucha, país por país, continente por continente. Y cabe esperar que, en el año jubilar, en Roma, podamos dar positiva cuenta de lo que nos proponemos lograr.


Del Pesimismo a la Esperanza

Hoy se comprueba que un optimismo sin raíces ha pasado: El hombre, embriagado en su propio poder, encantado por el progreso de la técnica, pensaba tener en sus manos el sentido de la humanidad y ser su árbitro. Se esperaba un progreso sin límites. Todos los secretos de la naturaleza -así soñaban- podrían arrancar con su inteligencia, hasta volver al ser humano transparente a su mirada. Los códigos éticos deberían girar en torno de su libertad, de la cual, sin embargo, habría perdido la brújula.

Todo, la familia y la vida, quedaba sometido a los dictados de una conciencia perturbada, inmadura, caprichosa, cuyo profundo recinto ya no percibía la voz de Dios sino la de los ídolos por él forzados convertidos, sin darse cuenta de sus propios tiranos. Una postura risueña y repleta de confianza en sus propias energías, muy típica de la llamada modernidad, en la que el proyecto sobre la familia y la vida eran arrancados de las manos de Dios para sustituirlo con proyectos acomodados a su mirada confusa y miope, se ha venido transformando en el desengaño, en una mueca amarga que abre las compuertas al pesimismo. Se va dando cuenta la criatura que el poder de sus manipulaciones nada construye duradero y permanente sino que genera irrespeto y destrucción. Se habla del "pensamiento débil" porque se habría eclipsado del todo el sol de la metafísica, o que la verdad habría perdido su esplendor, su firmeza y estabilidad simplemente porque no existiría.

El llamado "pensamiento débil" o "la débil metafísica" no conduce a la realización del hombre sino a su derrota porque debilita su ser, su conciencia, en nombre de una falsa concepción de secularización y a la postre lo lleva a una rendición frente al sentido de la vida que lo envilece.

Ya Baudelaire habló de un "envilecimiento de los espíritus" y Elliot imagina (ochenta años después la humanidad como en un funeral...). El premio Nobel de Literatura Octavio Paz, incisivo espectador de estos fenómenos de descomposición, desenmascara esta actitud de desgaste y frustración. En términos de humanidad los pronósticos halagüeños van abriendo paso a profundas inquietudes para las cuales no descubren una fácil salida. A la raíz de esta confusión, de la enfermedad del espíritu, porque, como indicaba Romano Guardini, no se alimenta con el pan de la verdad, se halla un vacío que interpela el poder peligroso y traicionero del hombre. He leído recientemente esta apreciación de un conocido filósofo italiano:

"(...) en la concepción del ser como objeto mensurable y manipulable se encuentran las bases para el mundo que Adorno llamará de "la organización total" en la cual fatalmente también el sujeto humano tenderá a ser puro material, parte del general engranaje de la producción y el consumo" (Gianni VATTIMO, Credere di Credere Garzanti, 1996. pág.21).

La lucidez al señalar la tendencia en este fenómeno de deshumanización ya percibido por otros, en esta derrota del hombre que no ve la luz porque se sacó los ojos, de suyo podía dar paso la búsqueda de otras salidas, mas allá de la miseria que el hombre provoca y de su propio vacío. El camino debería descubrir la verdad, y volverse un clamor hacia Dios. Observa VATTIMO que, "encontrando naturalmente mucho material para la propia reflexión tantos clamorosos "falliment" (que son derrotas) de la razón moderna: Auschwitz de un lado, y la destrucción del colonialismo eurocéntrico, por otro, que han hecho insostenible la ideología del progreso; y hoy con tantas contradicciones de la ciencia técnica, de la devastación ecológica en los muy nuevos problemas de la bioética, parece que debe hacer reconocer a todos que ahora "que sólo un Dios puede salvarnos", como dice Heidegger (op. cit, pág. 85). El diagnóstico completo del fenómeno, parece poner fin a la confusión abriéndose a Dios. No es propiamente este camino de liberación lo que algunos proponen, con el retorno a un pensamiento moderno en donde el secreto del hombre no sea esquivo.

El rescate del hombre tiene que ver con su verdad, con su antropología, para que no se desvanezca y reduzca a "puro material" de la "organización total", a instrumento, o cosa.

Hemos hecho una rápida peregrinación sobre algunos puntos de especial preocupación , varios de los cuales serán tratados más fondo en este Congreso.

La defensa de la verdad de la familia requiere especial vigor y capacidad de navegar contra la corriente . Estamos eso si seguros de que esta noble causa lo merece todo, sacrificios, incomprensiones, desvelos y que será el Señor de la Vida quien ira suscitando, con el activo concurso de todos , un empeño renovado por el hombre nuevo que es preciso hacer nacer . El Señor no abandona la corona de su creación . No abandona a las familias, en cuyo corazón está presente, con todas las energías del Resucitado, del Señor de la familia que en las bodas de Caná con su capacidad transformadora, marcó el inicio mismo de su ministerio salvífico. El Señor de la Vida que es la fuente misma del amor. El hombre peregrina hacia su plenitud, crece según una imagen que es Cristo, desde el hogar, hasta el del cielo cuando pueda ver a Dios cara a cara.