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Santa Misa para la Conclusión de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos

Texto original

Amados hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su hijo, nacido de mujer…" (Ga,4,4). ¿Qué es la plenitud de los tiempos? Desde la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura: "el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14). Estas palabras pronunciadas muchos siglos antes, se cumplieron en la noche en que vino al mundo el Hijo concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.

El nacimiento de Cristo fue precedido por el anuncio del Ángel Gabriel. Después, María fue a la casa de su prima Isabel para ponerse a su servicio. Nos lo ha recordado el Evangelio de Lucas, poniendo ante nuestros ojos el insólito y profético saludo de Isabel y la espléndida respuesta de María: "Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador" (1, 46-47). Estos son los acontecimientos a los que se refiere la liturgia de hoy.

2. La lectura de la carta a los Gálatas, por su parte, nos revela la dimensión divina de esta plenitud de los tiempos. Las palabras del apóstol Pablo resumen toda la teología del nacimiento de Jesús con la que se esclarece al mismo tiempo el sentido de dicha plenitud. Se trata de algo extraordinario: Dios ha entrado en la historia del hombre. Dios, que es en sí mismo el misterio insondable de la vida; Dios que es Padre y se refleja a sí mismo desde la eternidad en el Hijo, consustancial a Él y por el que fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1, 1.3); Dios que es unidad del Padre y de Hijo en el flujo del amor eterno que es el Espíritu Santo.

A pesar de la pobreza de nuestras palabras para expresar el misterio inenarrable de la Trinidad, la verdad es que el hombre, desde su condición temporal, ha sido llamado a participar de esta vida divina. El Hijo de Dios nació de la Virgen María para otorgarnos la filiación divina. El Padre ha infundido en nuestros corazones el espíritu de su Hijo, gracias al cual podemos decir "Abbá, Padre" (cf Ga 4,6). He aquí, pues, la plenitud de los tiempos, que colma toda aspiración de la historia y de la humanidad: la revelación del misterio de Dios, entregado al ser humano mediante el don de la adopción divina.

3. La plenitud de los tiempos a la que se refiere el Apóstol está relacionada con la historia humana. En cierto modo, al hacerse hombre, Dios ha entrado en nuestro tiempo y ha transformado nuestra historia en historia de salvación. Una historia que abarca todas las vicisitudes del mundo y de la humanidad, desde la creación hasta su final, pero que se desarrolla a través de momentos y fechas importantes. Una de ellas es el ya cercano año 2000 desde el nacimiento de Jesús, el año del Gran Jubileo, al que la Iglesia se ha preparado también con la celebración de los Sínodos extraordinarios dedicados a cada continente, como es el caso del celebrado a finales de 1997 en el Vaticano.

4. Hoy en esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de América, damos gracias a Dios por la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos –auténtico cenáculo de comunión eclesial y de afecto colegial entre los Pastores del Norte, del Centro y del sur el continente- vivida con el Obispo de Roma como experiencia fraterna de encuentro con e señor resucitados, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

Ahora, un año después de la celebración de aquella Asamblea sinodal, y en coincidencia también con el Concilio Plenario de la América Latina que tuvo lugar en Roma, he venido aquí para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, estrella del nuevo mundo, la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho Sínodo, confiando a la madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelización.

5. Deseo expresar mi gratitud a quienes, con su trabajo y oración, han hecho posible que aquella Asamblea sinodal reflejara la vitalidad de la fe católica en América. Así mismo, agradezco a esta Arquidiócesis Primada de México y a su Arzobispo, el cardenal Norberto Rivera carrera, su cordial acogida y generosa disponibilidad. Saludo con afecto al nutrido grupo de Cardenales y Obispos que han venido de todas las partes del Continente y a los numerosísimos sacerdotes y seminaristas aquí presentes, que llenan de gozo y esperanza el corazón del papa. Mi saludo va más allá de los muros de esta basílica para abrazar a cuantos desde el exterior, siguen la celebración, así como a todos los hombres y mujeres de las diversas culturas, etnias y naciones que integran la rica y pluriforme realidad americana.

(en lengua portuguesa)

6. "Bienaventurada eres tú que creíste, pues se han de cumplir las cosas que de parte del Señor te fueron dichas" (Lc 1,45). Estas palabras que Isabel dirige a María, portadora de Cristo en su seno, se puede aplicar también a la Iglesia en este Continente. ¡Bienaventurada eres tú, Iglesia en América, que, acogiendo la Buena Nueva del Evangelio, generaste en la fe a numerosos pueblos! ¡Bienaventurada por esperar, bienaventurada por amar, porque la promesa del Señor se cumplirá! Los heroicos esfuerzos misioneros y la admirable gesta evangelizadora de estos cinco siglos no fueron en vano. Hoy podemos decir que, gracias a ello, la Iglesia en América es la Iglesia de la Esperanza. basta ver el vigor de su numerosa juventud, el valor excepcional que se le da a la familia, el florecimiento de las vocaciones sacerdotales y de consagrados y, sobre todo, la profunda religiosidad de su pueblo. No olvidemos que en el próximo milenio, ya inminente, América será el continente con el mayor número de católicos.

(en lengua francesa)

7. En efecto, como los Padres sinodales han señalado, si la Iglesia en América conoce bien los motivos de regocijarse, también se ve confrontada por graves dificultades e importantes desafíos ¿Debemos por ellos desanimarnos? De ninguna manera: "¡Jesucristo es el Señor!" (Hb 2, 11). él ha vencido el mundo y ha enviado su Espíritu Santo para hacer todas las cosas nuevas. ¿Sería demasiado ambicioso esperar que, después de esta Asamblea sinodal –el primer Sínodo americano de la historia- se desarrolle en este continente mayoritariamente cristiano una manera más evangélica de vivir y compartir? Existen numerosos ámbitos en la que las comunidades cristianas del norte, centro y sur, de América, pueden manifestar sus lazos fraternos, ejercitar una solidaridad real y colaborar en proyectos pastorales comunes, aportando cada uno las riquezas espirituales y materiales de las que dispone.

(en lengua inglesa)

8. El Apóstol Pablo nos enseña que en la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, para redimirnos del pecado y hacernos sus hijos e hijas. Por tanto, ya no somos siervos, sino hijos e hijas (cf Gal 4:4-7). Por tanto, la Iglesia debe proclamar el Evangelio de la vida y proclamar con voz profética contra la cultura de muerte. ¡Que el Continente de la Esperanza sea el Continente de la Vida! Este es nuestro clamor: ¡Vida con dignidad para todos! Para todos los que han sido concebidos en los vientres de su madre, para los niños de la calle, para los indígenas y afroamericanos, para los inmigrantes y refugiados, para los jóvenes privados de oportunidades, para los ancianos, para aquellos que sufren cualquier tipo de pobreza o marginación.

Queridos hermanos y hermanas, ha llegado el momento de desaparecer de una vez por todas de este continente todo ataque contra la vida. ¡No más violencia, terrorismo y narcotráfico! ¡No más torturas u otras formas de abuso! ¡Debe ponerse fin al innecesario recurso a la pena de muerte! ¡No más explotación de débil, discriminaciones raciales o ghetos de pobreza! ¡Nunca más! Estos son males intolerables que claman al cielo y llaman a los cristianos a una forma diferente de vivir, a un compromiso social más acorde con su fe. Debemos elevar las conciencias de hombres y mujeres con el Evangelio, de tal manera que destaquemos la sublime vocación de hijos de Dios. Esto les inspirará a construir una América mejor. Con urgencia, debemos despertar una nueva primavera de santidad en el Continente de tal manera que la acción y la contemplación vayan de la mano.

(en lengua española)

9. Quiero confiar y ofrecer el futuro del Continente a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta.

¡Oh Madre! Tú conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del Nuevo Mundo, desde la isla Guanahani y La Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la tierra del Fuego en el Sur y los grandes lagos y montañas del Norte. Acompaña a la Iglesia que desarrolla su labor en las naciones americanas, para que sea siempre evangelizadora y renueve su espíritu misionero. Alienta a todos aquellos que dedican su vida a la causa de Jesús y a la extensión de s Reino. ¡Oh dulce Señora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos esta multitud incontable de fieles que rezan a Dios en América. Tú que has entrado dentro de su corazón, visita y conforta los hogares, las parroquias y las diócesis de todo el Continente. Haz que las familias cristianas eduquen ejemplarmente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del evangelio, para que sean semillero de vocaciones apostólicas. Vuelve hoy tu mirada sobre los jóvenes y anímalos a caminar con Jesucristo.

¡Oh, Señora y madre de América! Confirma la fe de nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en todos los campos de la vida social, profesional, cultural y política actúen de acuerdo con la verdad y la ley nueva que Jesús ha traído a la humanidad. Mira propicia la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginación o ignorancia. Haznos reconocer en ellos a tus hijos predilectos y danos el ímpetu de la caridad para ayudarlos en sus necesidades.

¡Virgen Santa de Guadalupe, Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos del Continente. Haz que todos, gobernantes y ciudadanos, aprendan a vivir en la auténtica libertad, actuando según las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que así se consolide definitivamente la paz.

¡Para ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos!