¡Queridos jóvenes!

1. Lo que acabamos de escuchar es la Carta Magna del Cristianismo: las Bienaventuranzas. Una vez más hemos visto, con los ojos de nuestro corazón, lo que ocurrió en ese momento. Una multitud de gente está reunida alrededor de Jesús en la montaña: hombres y mujeres, jóvenes y adultos, los saludables y los enfermos, que llegaron desde Galilea, y también desde Jerusalén, desde Judea, desde las ciudades de Decapolis, desde Tyre y Sidón. Todos ellos estaban esperando ansiosamente una palabra, un gesto que les dé tranquilidad y esperanza.

Nosotros también estamos aquí esta tarde, para escuchar atentamente al Señor. Él los mira con afecto: ustedes que vienen desde las diferentes regiones de Canadá, de Estados Unidos, de América Central y del Sur, de Europa, de África, de Asia, de Oceanía. He escuchado sus voces alegres, sus llantos, sus canciones, y he sentido el profundo anhelo que retumba en sus corazones: ¡ustedes quieren ser felices!"

Queridos jóvenes, son muchas y seductoras las voces que los llaman de todos lados: muchas de estas voces les hablan de una alegría que puede obtenerse con dinero, con éxito, con poder. Mayormente proponen una alegría que llega con el superficial y temporal placer de los sentidos.

2. Queridos amigos, el Papa viejo, lleno de años pero joven en el corazón, responde a su deseo juvenil de felicidad con palabras que no son suyas. Son palabras que tienen dos mil años de antigüedad. Palabras que hemos escuchado esta noche: "Bienaventurados. . ." La palabra clave en la enseñanza de Jesús es una proclamación de gozo: "Bienaventurados. . ."

La gente está hecha para la felicidad. Es correcta, entonces, su sed de felicidad. Cristo tiene la respuesta a ese deseo suyo. Pero les pide que confíen en Él. La verdadera felicidad es una victoria, algo que no podemos obtener sin una batalla larga y difícil. Cristo mantiene el secreto de esta victoria.

Ustedes saben lo que pasó antes. Está relatado en el Libro del Génesis: Dios creó al hombre y la mujer en el paraíso, Edén, porque quería que fueran felices. Desafortunadamente, el pecado arruinó sus planes iniciales. Pero Dios no se resignó ante esta derrota. Envió a su Hijo al mundo para que nos devuelva una idea más bella del cielo. Dios se hizo hombre -nos dicen los Padres de la Iglesia- para que los hombres y mujeres se conviertan a Dios. Éste es el punto decisivo en la historia humana, marcado por la Encarnación.

3. ¿De qué batalla estamos hablando? Cristo mismo nos da la respuesta. "Siendo de condición divina", escribió San Pablo, "no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo. y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte" (Fil 2:6-8). Fue una batalla a muerte. Cristo luchó esta batalla no por sí mismo sino por nosotros. En su muerte, floreció la vida. La tumba en el Calvario se convirtió en la cuna de la nueva humanidad en su camino a la verdadera felicidad.

El "Sermón de la Montaña" marca el mapa de este peregrinaje. Las ocho bienaventuranzas son los signos del camino que muestran la ruta. Es un camino cuesta arriba, pero Él lo ha transitado antes de nosotros. El dijo un día: "El que me siga no caminará en tinieblas " (Jn 8:12). En otro tiempo agregó: "Les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea colmado". (Jn 15:11).

¡Caminado con Cristo podremos alcanzar el gozo, el verdadero gozo! Precisamente por esta razón, él repite de nuevo la proclamación de gozo a ustedes hoy: "Bienaventurados."

Ahora que vamos a recibir su gloriosa Cruz, la Cruz que ha acompañado a los jóvenes por los caminos del mundo, dejemos que su palabra consoladora y demandante haga eco en el silencio de nuestros corazones: "Bienaventurados".

(Procesión de la Cruz)

4. Reunidos alrededor de la Cruz del Señor, lo vemos: ¡Jesús no se limitó a la proclamar las Bienaventuranzas, sino que las vivió! Al mirar su vida y releer el Evangelio nos maravillamos: el más pobre de los pobres, el más manso entre los humildes, la persona con el corazón más puro y misericordioso no es otro más que Jesús. ¡Las Bienaventuranzas son las descripción de un rostro, su rostro!

Al mismo tiempo, las Bienaventuranzas describen lo que un cristiano debe ser: son el retrato del discípulo de Jesús, la imagen de quienes deben aceptar el Reino de Dios y quieren que su vida esté en sintonía con las demandas del Evangelio. A ellos Jesús les habla, llamándolos "benditos".

El gozo prometido por las Bienaventuranzas es el mismo gozo de Jesús: un gozo buscado y encontrado en la obediencia al Padre y en el regalo de sí mismo a los otros.

5. ¡Jóvenes de Canadá, de América y de todas partes del mundo! Al mirar a Jesús aprenderán lo que significa ser pobre de espíritu, mando y misericordioso; lo que significa buscar la justicia, ser puro de corazón, ser pacificador.

Con su mirada puesta firmemente en Él, descubrirán el sendero a la perdón y la reconciliación en un mundo usualmente perdido por la violencia y el terror. El año pasado vimos con claridad dramática el rostro trágico de la malicia humana. Vemos lo que ocurre cuando el odio, el pecado y la muerte toman el control.

Pero ahora, resuena la voz de Jesús en medio de su compartir. La suya es una voz de vida, de esperanza, de perdón; una voz de justicia y de paz. ¡Permítannos escuchar su voz!

6. Queridos amigos, hoy la Iglesia los mira con confianza y espera que sean la gente de las Bienaventuranzas.

Benditos sean si es que, como Jesús, son pobres en espíritu, buenos y misericordiosos; si realmente buscan lo que es justo y bueno; si son puros de corazón, pacificadores, amantes de los pobres y sus servidores. ¡Benditos sean!

Sólo Jesús es el verdadero Maestro, sólo Jesús pronuncia el mensaje permanente que responde a los anhelos más profundos del corazón humano porque él solo sabe "lo que hay en cada persona" (cf. Jn 2:25). Hoy los llama a ser sal y luz del mundo, a escoger el bien, a vivir en justicia, a convertirse en instrumentos de amor y paz. Su llamando siempre demanda optar entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte. Él les hace la misma invitación hoy a ustedes que están reunidos aquí en las orillas del Lago Ontario.

7. ¿Qué llamado seguirán desde ahí los centinelas de la mañana? Creer en Jesús es aceptar lo que dice, aun cuando vaya en contra de lo que otros dicen. Esto significa rechazar las invitaciones del pecado, sin importar que sea atractivo, para señalar el difícil camino de las virtudes evangélicas.

Jóvenes que me escuchan, respondan al Señor con corazones fuertes y generosos! Él cuenta con ustedes. Nunca o olviden: Cristo los necesita para desarrollar su plan de salvación! Cristo necesita de su juventud y su generoso entusiasmo para proclamar con el gozo en el nuevo milenio. Respondan a su llamada poniendo sus vidas al servicio de sus hermanos y hermanas! Confíen en Cristo porque Él confía en ustedes.

8. Señor Jesucristo, proclama una vez tus Bienaventuranzas en la presencia de estos jóvenes, reunidos en Toronto por la Jornada Mundial de la Juventud. Míralos con amor y escucha sus jóvenes corazones, listos para poner su futuro en ti. Y tú los has llamado a ser la "sal de la tierra y luz del mundo". Sigue enseñándoles la verdad y la belleza de la visión que proclamaste en la Montaña. ¡Hazlos hombres y mujeres de las Bienaventuranzas! Permite que la luz de tu sabiduría brille en ellos, para que en palabra y obra difundan en el mundo la luz y la sal del Evangelio. ¡Haz que toda su vida sea un brillante reflejo de ti, que eres la verdadera luz y que llegaste al mundo para que todo aquel que crea en ti no muera sino que tenga vida eterna (cf. Jn 3:16)!