El sacerdote liga al penitente mediante la imposición de una satisfactoria o penitencia sacramental, que éste se compromete a efectuar y que, además, puede proponer

Resumen de la homilía del Padre Bertrand de Margerie S.J.
en la Iglesia San Luís de los franceses de Lisboa (Portugal)
para el tercer domingo de cuaresma (6 de marzo de 1988)

1) Por la satisfacción, el pecador arrepentido cumple la penitencia merecida por su conversión desordenada al mundo creado, conversión inherente a todo pecado. Esta penitencia prolonga exteriormente la pena interior del remordimiento, que la razón inflige a la sensibilidad. La satisfacción quiere reparar, frente a Dios, la injusticia del pecado, interiorizando así la sanción divina.

La satisfacción es impuesta por el sacerdote que ha recibido el “poder de las llaves” (Mt 16 y 18) no sólo para desatar por la absolución sino también para atar por la elección de una pena obligatoria. El poder de juzgar comprende aquel de castigar para sanar y para salvar. El pecador estaba atado a su falta; para desatarlo de ella, el sacerdote debe atarlo a una pena.

¿Cómo es que el Cristo misericordioso  castiga por su Iglesia en el mismo gesto con el que perdona por ella?. La ofensa a Dios entraña una corrupción íntima del ofensor. ¿Cuál es el hijo desviado que no es corregido por su padre?. Dios azota y corrige al hijo que ama (Hb 12,6). En la infinita simplicidad de Dios, su Justicia es Misericordia. Quiere curar la herida que el pecador se ha infligido a sí mismo por su pecado. La satisfacción es el esfuerzo del penitente para integrar y centrar su ser en Dios. Un aspecto de la conversión. “Oh rigores, que dulces sois”, decía Bossuet.

2)  ¿Cómo satisfacer?. La Iglesia responde: la penitencia sacramental debe, normalmente, comportar oración, limosna, y ayuno penetrados por la llama de caridad.
Orar, compartir, privarse. Jesús interioriza, en el Sermón de la montaña, esta trilogía, presente ya en Antiguo Testamento. La satisfacción implica un esfuerzo encaminado hacia una triple reconciliación con Dios, con el prójimo, con  el propio cuerpo.

Jesús oró, compartió y ayunó. Continúa orando, entregando, y  ofreciendo al Padre, con el sacrificio de la Misa, sus ayunos pasados.
Orar, compartir y privarse con Cristo por amor a Él; he ahí la penitencia sacramental del cristiano. Cristo la ofrece a su Padre unida a su Pasión.
¿Cómo adaptar esta penitencia a la situación del mundo actual y de la Iglesia?. Podemos para la oración matutina y vespertina, utilizar Laudes y Vísperas de la nueva Liturgia de las Horas; compartir bajo la forma de una inversión socialmente útil (y no solamente económicamente rentable); compartir nuestro tiempo visitando enfermos y prisioneros; es decir al Cristo que sufre en ellos; y privarnos de alcohol fuera de las comidas, de tabaco y  - cerrando los ojos -de imágenes peligrosas  (Cine, Televisión. Internet, Revistas, etc.), uniéndonos así a la Pasión de Cristo para la salvación del mundo.

Podemos proponer al sacerdote nuestra propia penitencia al sacerdote, con miras a interiorizarla mejor.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para Aci Prensa