Sudán, el país más extenso del continente africano, vive desde su independencia en 1956 una situación de conflicto interreligioso, que ha ido aumentando década tras década, hasta haber llegado en la década de los noventa a una situación insostenible, condenada repetidas veces por la comunidad internacional.

Desde su independencia, el país ha tenido la aspiración de convertir todo su territorio en tierras del Islam. El proceso de arabización e islamización han sido constantes y prueba de ello fue la introducción de la Ley Islámica en 1983 por el Presidente Nimeiri. El hecho originó una guerra civil que perdura hasta hoy y que ha ido in crescendo provocando muerte y destrucción, sobretodo a partir del golpe de estado llevado a cabo por el ejercito sudanés en junio de 1989 y respaldado por el líder de los "Hermanos Musulmanes", Dr. Hasan Al-Turabi, "eminencia gris" del régimen.

A pesar de que la Constitución señala que Sudán es un país multirreligioso, en la práctica el gobierno trata al Islam como a la religión del Estado.

Ha iniciado un proceso de radical arabización e islamización de todo el territorio nacional, siendo esto uno de los mayores y más importantes objetivos de la revolución. Así pues, las minorías cristianas y otras minorías han sido duramente perjudicadas, lo que ha originado la reacción de los obispos católicos, quienes en la Carta Pastoral La Verdad os hará libres (26) condena al gobierno por su campaña discriminatoria de islamización y ejecución de la Ley Islámica, que está llevando al país a la desarmonía y a obstaculizar una verdadera, justa y duradera paz en Sudán.

La yihad

Otro obstáculo para la paz ha sido la proclamación de la guerra santa (yihad) contra el sur del país en 1992. A esto, ha colaborado la creación de la Fuerza de la Defensa Popular (PDF), a finales de 1989, con la concreta finalidad de convertir todo el territorio sudanés en un estado islámico de inspiración fundamentalista, cuyo artífice fue Hasan Al-Turabi, y quien pretende imponer el fundamentalismo islámico puro y duro en Sudán para luego extenderlo a otros países de África y del mundo.

Lógicamente, este nuevo Gobierno sudanés ha ocasionado una clara y abierta persecución de los cristianos, convirtiendo la guerra civil del Sudán en una auténtica guerra de religiones. Esta situación ha llevado a los obispos a publicar una serie de cartas pastorales en apoyo de las comunidades cristianas y acusando abiertamente al gobierno por su política discriminatoria contra las minorías cristianas en el país. Digna de mención es la carta pastoral La verdad os hará libres y Unidos y Fieles en donde se exhorta a los cristianos a permanecer fieles a su fe a pesar de la situación de persecución, con la escalada de la guerra santa en el Sur, la destrucción de campos de refugiados, restricciones de ayuda humanitaria, arrestos arbitrarios, detenciones, torturas, expulsión de sacerdotes y religiosos de sus puestos de trabajo, cierre de iglesias y centros de actividades eclesiásticas, proceso de arabización e islamización, etc. Situación ésta, que no favorece el proceso de paz, cada vez más alejado, a causa de la violencia y de las restricciones de los más fundamentales derechos humanos.

Testimonios cristianos

"El fundamentalismo islámico es de por sí violento. Estos violentos están dispuestos a todo, también a ataques terroristas. Por eso, el fundamentalismo islámico alimenta el terrorismo e incluso la determinación a luchar (...). El elemento religioso es utilizado por los árabes musulmanes como excusa para combatir a los africanos: aquellos dicen que el Islam está amenazado por los infieles, a quienes llaman cristianos", sostuvo el Obispo de Yei, Mons. Erkolano Lodu Tombe.

La Guerra Santa continúa y casi diez años después solamente cabe decir que las consecuencias son nefastas: bombardeos aéreos contra poblaciones civiles, creando destrucción, trauma y muerte; acciones perversas de las milicias musulmanas que provocan asaltos, secuestros, esclavitud y violaciones; destrucciones, robos de casas y de propiedades; desplazamientos forzados de masas de gentes con millones de refugiados, etc.

El papel de la Iglesia

La Iglesia católica siempre ha trabajado en un espíritu de coexistencia pacífica y de apertura religiosa. Desgraciadamente, la Iglesia siempre ha sido considerada como una iglesia extranjera, influenciada por los poderes colonialistas. Aún más, los cristianos se han encontrado entre dos fuegos: los árabes en el norte y la guerrilla en el sur.

El norte la considera como amiga y sostenedora de las guerrillas; por lo tanto, es enemiga del Sudán. Lo cierto es que la Iglesia se ha mantenido siempre al margen de cualquier ideología política y lo único que ha hecho es defender la justicia y la paz en el país. Con esta finalidad, se ha pronunciado repetidas veces en defensa de los derechos humanos, particularmente la libertad religiosa en Sudán.

La Iglesia católica subraya incesantemente que no es una Iglesia extranjera, sino sudanesa, y que su trabajo se orienta principalmente a:

  • Defender los derechos de sus fieles como la libertad a practicar su fe;

  • su derecho a no ser sometida al proceso de arabización e islamización llevado a cabo hasta hoy por el gobierno;

  • defender a los cristianos sometidos a toda clase de persecución;

  • promover la justicia, defender la dignidad humana y los derechos humanos denunciando continuamente las consecuencias devastadoras de la guerra civil en el sur.

La Iglesia cree en el diálogo, porque es esencial para alcanzar la paz y la reconciliación, subrayando que todas las partes tienen que colaborar, sobre todo el gobierno quien debe preparar el terreno para dicho diálogo de paz, un diálogo que el Gobierno ha prometido pero que no ha cumplido.

Derechos humanos y ley islámica

El tema de los derechos humanos está en el ojo de la tormenta ya que se quiere imponer a toda la nación un modelo de estado islámico, basado en la aplicación de la ley islámica.

En las últimas décadas, la comunidad musulmana se ha esforzado por buscar una alternativa a la Carta Universal de los Derechos Humanos de 1948 por medio de otra Carta que fuera menos laica y más en línea con los principios de la religión islámica. Así surgieron la Declaración de los Derechos Humanos en el Islam (1981), la Declaración de los Derechos Humanos de El Cairo (1990), y la Carta Árabe de los Derechos Humanos (1994). Con ellas, los musulmanes intentan dar a los derechos humanos un fundamento confesional ya que todo derecho proviene de Dios.

Por otra parte, la aplicación de la ley islámica, como en el caso de Sudán, provoca no pocas críticas por parte de la comunidad internacional occidental. La visión cristiana/occidental ve en la aplicación de la ley islámica una serie de críticas contra violaciones de los derechos humanos más fundamentales:

  • la pena capital por apostasía (ridda);

  • las penas corporales (hudûd);

  • y finalmente tres desigualdades: la superioridad del hombre sobre el esclavo, del musulmán sobre el no-musulmán, y del hombre sobre la mujer.

Todos estos elementos van en contra de los derechos humanos más fundamentales por lo que la aplicación de la Ley Islámica viola los derechos humanos y origina discriminación, en donde los cristianos sufren las consecuencias de un régimen totalitarista.

Obstáculos para el diálogo

El fundamentalismo islámico sigue siendo un obstáculo para el verdadero diálogo.
De hecho, el Papa Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Ecclesia in Africa, insta claramente: "Cristianos y musulmanes están llamados a comprometerse en la promoción de un diálogo inmune de los riesgos derivados de un irenismo de mala ley o de un fundamentalismo militante, y levantando la voz contra políticas y prácticas desleales, así como contra toda falta de reciprocidad en relación con la libertad religiosa".

En Sudán, esta reciprocidad en relación con la libertad religiosa, brilla por su ausencia por parte del Gobierno fundamentalista de Jartum; por eso la Iglesia sigue luchando por la justicia y la paz.

Este artículo se publicó gracias a la cortesía de Arbil