Dios creó a la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo han comprobado ustedes mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a sus necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo han visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes procedentes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudarlos. Sí, todavía queda mucho por hacer. Pero demos gracias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siempre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos.
Éste es el mensaje que les quiero dejar hoy: ¡No pierdan la esperanza! El mayor don que nosotros podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que puedan intercambiar mutuamente este don. A nosotros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio a un hombre necesitado e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es "todo misericordia". Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudarlos con ese espíritu de fraternidad, solidaridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia.
Queridos amigos, que Dios los bendiga a todos y, de modo especial, a sus hijos, a los ancianos y a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Los abrazo a todos con afecto. Invoco sobre ustedes y sobre quienes los acompañan, los dones divinos de fortaleza y paz.