El relato, que puede parecer cómico, y que puede dar inicio al llamado complejo de Rode, nos hace percibir el clima de miedo en el que vivía la comunidad cristiana, que permanecía encerrada en la casa, y cerrada también a las sorpresas de Dios. Pedro llama a la puerta: "¡Mira!". Está la alegría, está el miedo… "Pero. ¿abrimos, no abrimos?". Y él corre peligro, porque la policía puede tomarlo… Pero el miedo hace que nos detengamos, ¡nos detiene siempre! Nos cierra, nos cierra a las sorpresas de Dios.
Este detalle nos habla de la tentación que existe siempre para la Iglesia: de cerrarse en sí misma de cara a los peligros. Pero incluso aquí hay un resquicio a través del cual puede pasar a la acción de Dios: dice Lucas que en aquella casa, «había muchos reunidos en oración». La oración permite a la gracia abrir una vía de salida: del cerramiento a la apertura, del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría. Y podemos añadir: de la división a la unidad.
Sí, lo decimos hoy junto a nuestros hermanos de la delegación enviada por el querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, para participar en la fiesta de los Santos Patronos de Roma. Una fiesta de comunión para toda la Iglesia, como pone de manifiesto la presencia de los Arzobispos Metropolitanos venidos para la bendición de los Palios, que les serán impuestos por mis Representantes en sus respectivas sedes.
Que los santos Pedro y Pablo intercedan por nosotros, para que podamos hacer este camino con la alegría, experimentar la acción liberadora de Dios y testimoniarla a todos.