Cierto, alguno podría objetar: "Pero, Padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!". Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que, a la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio, que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son totalmente tantos y numerosos que frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. "Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia" y esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración fácil para decirla todos los días, todos los días: "Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia".
Queridos hermanos y hermanas, deseo que en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de Dios, para ser testigos de "aquello que a Dios le gusta más". ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero «porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25). Gracias.
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