¡Cuántos modos diversos existen para orar por nuestro prójimo! Son todos válidos y aceptados por Dios si son hechos con el corazón. Pienso en modo particular en las mamás y en los papás que bendicen a sus hijos en la mañana y en la noche – todavía existe esta costumbre en algunas familias, bendecir al hijo es una oración; pienso en la oración por las personas enfermas, cuando vamos a visitarlos y oramos por ellos; en la intercesión silenciosa, a veces con las lágrimas, en tantas situaciones difíciles, orar por estas situaciones difíciles. Ayer ha venido a Misa en Santa Marta un buen hombre, un empresario.
Pero debía cerrar su fábrica porque no podía y lloraba este hombre, joven, lloraba y decía: "Yo no puedo dejar sin trabajo a más de 50 familias. Yo podría declarar la bancarrota de la empresa, yo me voy a casa con mi dinero, pero mi corazón llorará toda la vida por estas 50 familias". ¡Este es un buen cristiano! Ora con las obras, ora: ha venido a misa a orar para el Señor le dé una salida, no solo para él, él lo tenía: el fracaso. No, no por él: por las 50 familias. Este es un hombre que sabe orar, con el corazón y con los hechos, sabe orar por el prójimo. Es una situación difícil. Y no busca la vía de salida más fácil: "Que ellos vena", no. Este es un cristiano. Me ha hecho mucho bien escucharlo, mucho bien. Y tal vez existen muchos así, hoy, en este momento en el cual tanta gente sufre por la falta de trabajo; pienso también en el agradecimiento por una bella noticia que se refiere a un amigo, un pariente, un compañero… "Gracias, Señor, por esta cosa bella!, también esto es orar por los demás, así. Agradecer al señor cuando las cosas son hermosas. A veces, como dice San Pablo, «no sabemos orar como es debido; pero es Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26).
Es el espíritu que ora dentro de nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón, de modo que el Espíritu Santo, escrutando los deseos que están en lo más profundo, los pueda purificar y llevar a cumplimiento. De todos modos, por nosotros y por los demás, pidamos siempre que se haga la voluntad de Dios, como en el Padre Nuestro, porque su voluntad es seguramente el bien más grande, el bien de un Padre que no nos abandona jamás: orara y dejar que el Espíritu Santo ore por nosotros. Y esto es bello en la vida: ora agradeciendo, alabando a Dios, pidiendo algo, llorando cuando hay alguna dificultad, como aquel hombre, muchas cosas. Pero siempre el corazón abierto al Espíritu porque ora por nosotros, con nosotros y por nosotros.
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