16 de abril de 2019 / 06:20 PM
Tuvieron que engullirse las llamas el alma francesa para recordarnos que las catedrales siguen siendo uno de los mejores evangelizadores, y que Francia fue alguna vez considerado como "el país más cristiano".
Sin embargo, el lunes de Semana Santa, la joya de aquel alguna vez (y, predigo, futuro) país católico, la Catedral de Notre Dame –personaje tan central para Víctor Hugo como Esmeralda y Cuasimodo, más icónico de todo lo que París añadió a su paisaje urbano en los 850 años desde que fue construida, y tan duradera que sobrevivió a las ceremonias del Culto al Ser Supremo de Robespierre en la Revolución Francesa, atestiguó el imperio de Napoleón y se mantuvo de pie cuando los nazis ocuparon París– aún estaba evangelizando mientras ardía, como Juana de Arco antes que ella, como los mártires.
Nos estaba recordando que el mundo aún necesita a la Iglesia, porque aún necesita a Dios.