Recuerdo que un 18 de diciembre, justo en las posadas, un amigo me invitó a un retiro pero en un principio me negué a participar. Platicamos un poco y terminó por convencerme. Aquel retiro cambió mi vida, tanto que me acerqué al párroco Daniel Millán y le conté lo que me pasaba. Le comenté que tenía tanto deseo de ser como él, y le pregunté qué era lo que necesitaba para ser feliz, pues él siempre se mostraba con la gente de esa manera.
Durante cinco meses surgió una confusión en mi vida, tanto que unos amigos que administraban algunas propiedades en Estados Unidos me ofrecieron trabajo; las propuestas y las ganancias eran muy buenas. Faltando tres días para el preseminario, mi deseo de ser como el P. Daniel Millán parecía una confusión, me acerqué al Padre y le comenté que prefería irme a los Estados Unidos, ya que no tenía conocimiento de la vida sacerdotal ni mucho menos qué era el seminario.
Me convenció de que viviera un preseminario, después de esa experiencia, el apoyaría la decisión que tomara. Fue una semana que cambió mis proyectos, y me di cuenta que Dios me llamaba.