Queridos hermanos y hermanas, la historia de ustedes es nuestra historia, sus dolores son nuestros dolores. Para algunos de ustedes, este Memorial de la Soah es el único lugar donde pueden honrar la memoria de sus seres queridos. También yo me uno a ustedes. Sobre el Memorial está escrito en hebreo "Zachor": "Recuerda". La memoria no puede y no debe dejar lugar al olvido, porque no habrá un amanecer en que perdure la fraternidad si antes no se han compartido y disipado las oscuridades de la noche. La pregunta del profeta resuena también para nosotros: «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?» (Is 21,11). Esto significa que ya no es tiempo de seguir opacando la imagen de Dios que resplandece en el hombre. Ayudémonos en esto. Porque tampoco hoy faltan ídolos vanos y falsos que deshonran el nombre del Altísimo. Son los ídolos del poder y del dinero que se imponen sobre la dignidad del hombre, de la indiferencia que vuelve la mirada hacia otra parte, de las manipulaciones que instrumentalizan la religión, haciendo de ella una cuestión de supremacía o reduciéndola a la irrelevancia. Y también lo es el olvido del pasado, la ignorancia que justifica todo, la rabia y el odio. Estamos unidos -lo repito- en la condena de toda violencia, de toda forma de antisemitismo, y en el esfuerzo para que la imagen de Dios en la persona humana no sea profanada.
Pero esta plaza, queridos hermanos y hermanas, es también un lugar donde brilla la luz de la esperanza. Ustedes vienen aquí cada año a encender la primera luz en el candelabro de la Chanukiah. Así, en la oscuridad, surge el mensaje de que la destrucción y la muerte no son las que tienen la última palabra, sino la renovación y la vida. Y si la sinagoga fue demolida en este sitio, la comunidad todavía está presente. Está viva y abierta al diálogo. Aquí nuestras historias se encuentran de nuevo. Aquí juntos afirmamos ante Dios la voluntad de seguir en un camino de acercamiento y amistad.
A este respecto, conservo vivo en mí el recuerdo del encuentro en Roma en el año 2017 con los Representantes de vuestras comunidades judías y cristianas. Estoy contento de que posteriormente se haya instituido una Comisión para el diálogo con la Iglesia católica y que juntos hayan publicado importantes documentos. Es bueno compartir y comunicar lo que nos une. Y es bueno seguir, en la verdad y con sinceridad, en el camino fraterno de purificación de la memoria para sanar las heridas pasadas, así como en el recuerdo del bien recibido y ofrecido. Según el Talmud, el que destruye un solo hombre destruye el mundo entero, y el que salva un solo hombre salva el mundo entero. Cada uno vale, y vale mucho lo que ustedes hacen por medio de su precioso compartir. Les agradezco las puertas que han abierto de ambas partes.