Siguiendo la estela de estos providenciales eventos, a partir de 1968 -por tanto, hace ya 50 años- una delegación oficial búlgara, formada por las más altas Autoridades civiles y eclesiásticas, realiza cada año una visita al Vaticano con ocasión de la fiesta de los santos Cirilo y Metodio. Ellos evangelizaron los pueblos eslavos y fueron el origen del desarrollo de su lengua y cultura y sobre todo de abundantes y duraderos frutos de testimonio cristiano y de santidad.
Sean benditos los santos Cirilo y Metodio, copatronos de Europa, que, con sus oraciones, su ingenio y su concorde fatiga apostólica son ejemplo para nosotros y permanecen, después de más de un milenio, inspiradores del diálogo fecundo, de la armonía, del encuentro fraterno entre las Iglesias, los Estados y los pueblos. Que su brillante ejemplo suscite también en nuestros días numerosos imitadores y haga surgir nuevos itinerarios de paz y de concordia.
Ahora, en esta coyuntura histórica, pasados 30 años del final del régimen totalitario que limitaba la libertad y las iniciativas, Bulgaria debe afrontar las consecuencias de la emigración, que se ha producido en los últimos decenios, en la que más de dos millones de connacionales han salido buscando nuevas oportunidades de trabajo. En ese mismo tiempo, Bulgaria -como otros países del viejo continente- tiene que hacer frente a lo que se puede considerar un nuevo invierno demográfico, que ha caído como una cortina de hielo sobre buena parte de Europa, consecuencia de una disminución de la confianza en el futuro. La caída de los nacimientos, por tanto, sumándose al intenso flujo migratorio, ha supuesto la despoblación y el abandono de tantos pueblos y ciudades.
Además, Bulgaria debe hacer frente al fenómeno de aquellos que buscan entrar dentro de sus fronteras, para huir de la guerra y los conflictos o la miseria, e intentan alcanzar de cualquier forma las zonas más ricas del continente europeo, para encontrar nuevas oportunidades de existencia o simplemente un refugio seguro.