La mies es abundante, y el Señor -que no quiere más que auténticos obreros- no se deja encasillar en los modos de llamar, de incitar a la respuesta generosa de la propia vida. La formación de candidatos para el sacerdocio y la vida consagrada está precisamente destinada a asegurar una maduración y purificación de las intenciones. Sobre esta cuestión, y en el espíritu de la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, me gustaría enfatizar que la llamada fundamental sin la cual las otras no tienen razón de ser, es la llamada a la santidad y que esta «santidad es la cara más bella de la Iglesia» (n. 9). Aprecio vuestros esfuerzos para asegurar la formación de auténticos y santos obreros en la abundante mies en el campo del Señor.
Querría subrayar una actitud que a mí no me gusta porque no viene de Dios: la rigidez. Hoy está de moda, no sólo aquí, sino también en otras partes, encontrar rígidos. Sacerdotes jóvenes rígidos, que quieren salvar con rigidez, quizás, no sólo…, pero que adoptan una actitud de rigidez y, en ocasiones, de museo. Estén atentos. Y sepan que bajo toda rigidez hay graves problemas.
Ese esfuerzo también tiene que abarcar el amplio mundo laical; también los laicos son enviados a la mies, son convocados a tomar parte en la pesca, a arriesgar sus redes y su tiempo en «su múltiple apostolado tanto en la Iglesia como en el mundo» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 9). Con toda su extensión, problemática y transformación, el mundo constituye el ámbito específico de apostolado donde están llamados a comprometerse con generosidad y responsabilidad, llevando el fermento del Evangelio. Por eso deseo dar la bienvenida a todas las iniciativas que en cuanto pastores tomen para la formación de los laicos y no dejarlos solos en la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, para contribuir a una transformación de la sociedad y la Iglesia en Madagascar.
Les recomiendo, por favor, no clericalicen a los laicos. Los laicos son laicos. Yo escuché en la anterior diócesis propuestas como esta: "Señor Obispo, yo tengo en la parroquia un laico maravilloso. Trabaja, organiza, todo… ¡Lo hacemos diácono!". No. Déjalo ahí. No le arruines la vida. Déjalo de laico. Hablando de diáconos. Los diáconos muchas veces sufren la tentación del clericalismo. De volverse presbíteros u Obispos ausentes. Y no. El diácono es el custodio del servicio en la Iglesia. Por favor, alejad a los laicos del altar. Que hagan el trabajo fuera, en el servicio. Si deben ir en misión a bautizar, que bauticen, está bien. Pero en el servicio, que no hagan de sacerdotes ausentes.