¡Cuánto lo necesitamos! ¡Cuánto necesitamos encontrarnos! Pienso en la insensata guerra, insensata guerra, de la que es víctima la martirizada Ucrania, y en tantos otros conflictos, que nunca se resolverán a través de la infantil lógica de las armas, sino solo con la fuerza mansa del diálogo. Pero además de Ucrania, que está siendo martirizada esta tierra, pensemos en guerras de hace años, pensemos en Siria, más de diez años, pensemos, por ejemplo… -Ven siéntate aquí, es valiente este (niño)-. Pensemos en Siria, en la guerra en Yemen, pensemos en Myanmar, en todas partes, ahora es más cercana Ucrania, pero ¿qué hacen las guerras? Destruyen, destruye la humanidad, destruyen todo. -Tú acomódate aquí (a una niña), los dos valientes de hoy-.
Pero no puede haber diálogo sin – segunda palabra – encuentro. En Baréin nos hemos encontrado, y muchas veces he sentido emerger el deseo que entre cristianos y musulmanes los encuentros aumenten, que se construyan relaciones más fuertes, que se preocupen más los unos de los otros.
En Bahrein – como se hace en oriente – las personas se llevan la mano al corazón cuando saludan a alguien. Yo también lo hice, para dar espacio dentro de mí a quien encontraba. Porque, sin acogida, el diálogo queda vacío, aparente, permanece cuestión de ideas y no de realidad.
Entre los muchos encuentros, pienso en el del querido hermano, el gran imán de Al-Azhar, querido hermano; y con los jóvenes de la Escuela del Sagrado Corazón, estudiantes que nos han dado una gran enseñanza: estudian juntos, cristianos y musulmanes. De jóvenes, de adolescentes, de niños es necesario conocerse, para que el encuentro fraterno prevalezca a las divisiones ideológicas. Quisiera agradecer a la Escuela del Sagrado Corazón, agradecer a sor Roselyn, que ha llevado adelante muy bien esta escuela, que han participado con los discursos, las oraciones, los bailes, el canto. Los recuerdo bien y muchas gracias.